viernes, julio 02, 2010
Muerte y Transfiguración
Frente al asesinato de su candidato a gobernador en Tamaulipas, el PRI no acepta el llamado presidencial a la unidad nacional. Eso dijo el martes Beatriz Paredes, acompañada de todas las figuras relevantes del partido. Dijo que ellos sí negocian con liderazgos legítimos, pero no con oportunistas. Acusó la intervención de delegados federales en las elecciones, el subejercicio presupuestal, y las grabaciones telefónicas. En pocas palabras, hizo un acto de campaña en el que criticó que se lucre con la tragedia.
El PRI espera varias derrotas este domingo, no hay otra explicación al desplante. Y con ello, ve cerrarse la posibilidad de un regreso triunfal en 2012, no a la Presidencia únicamente, sino a las mayorías absolutas. Este partido de Estado del viejo régimen pro-comunista, que busca denodadamente la restauración autoritaria, tal vez como en Rusia, para instalar una cleptocracia, está enojado.
Frente a un candidato asesinado por la delincuencia organizada, según los discursos del Presidente y del gobernador de Tamaulipas, el discurso de Beatriz Paredes prácticamente no menciona ésa, la mayor amenaza que enfrenta el Estado mexicano. Tal vez porque ella sí recuerda que en los años 70, en la guerra sucia verdadera, contra la subversión, se creó una relación simbiótica entre las fuerzas de seguridad del Estado y la delincuencia organizada. Tal vez recuerda que los responsables de esa relación, en muy elevados puestos a mediados de los 80, acabaron relacionados directa o indirectamente con los asesinatos de Enrique Kiki Camarena, agente de la DEA en México y de Manuel Buendía, el columnista más leído de la época. Tal vez recuerdan que el zar antidrogas de México, el general Gutiérrez Rebollo, fue detenido y procesado por brindar protección a Amado Carrillo. Tal vez recuerdan que las muertes de Colosio y Ruiz Massieu tienen fuerte tufo tamaulipeco, como recordó hace unos días Jorge Fernández Menéndez.
Los que no recuerdan estos hechos sostienen que el enfrentamiento contra la delincuencia organizada fue una ocurrencia de Calderón para legitimarse. Afirmación que sostienen contra cualquier evidencia, claro, porque no se trata más que de una creencia. Como si el fenómeno del narcotráfico, la impunidad, la delincuencia organizada fuesen algo imaginario, incipiente, menospreciable. Y desde esa postura insisten en que la estrategia es inadecuada, pero no proponen otra, porque no es su trabajo. Más bien porque intentar hacerlo implicaría reconocer su ignorancia sobre el tema, la dificultad del mismo, la debilidad de sus interpretaciones y planteamientos.
Los últimos 10 años hemos transitado por un camino de ruptura. Vicente Fox, y luego Felipe Calderón, concitan grandes odios. Han sido despreciados por sus adversarios políticos y por los comentócratas, y desde el desprecio no hay política viable. Hoy el PRI acusa a Calderón de concentrar su actuación en las elecciones, como lo acusan los comentócratas referidos. En la opinión de todas estas personas, Calderón no es jefe de Estado, sino porrista de su partido. Es esencial, para sostener esa afirmación, la hipótesis de que la lucha contra el crimen organizado tenía como objetivo primordial la legitimación. Sin eso, todo se hunde.
Tratemos de entender lo que ocurre: cuando se vino abajo el régimen autoritario hace menos de 15 años, nos quedamos con una mezcla informe de reglas viejas y nuevas, pero con una mentalidad profundamente anticuada, que nos fue imbuida a través del sistema educativo. Así, los mexicanos seguimos creyendo que la Presidencia de la República es la piedra angular del sistema político, cuando ya no tiene prácticamente poder alguno. No nos damos cuenta de que el poder está hoy en gobernadores y legisladores, que no se han sumado en serio a la lucha contra la delincuencia, pero que claman por el Ejército cuando sus entidades son atacadas. No entendemos que hoy apenas tenemos los mismos efectivos de nuestro lado que los que tiene la delincuencia, y que así no hay forma de reducir la violencia.
Logramos derrumbar el régimen de la Revolución, pero no logramos decidir qué queremos hacer de México. Unos quieren restaurar el autoritarismo, aunque ya no pueda ser como antes; otros quieren administrar sin gobernar; unos más simplemente critican. El único camino para convertir a México en un país exitoso ya lo conocemos, es el mismo que han seguido todos los países que ya lo son: imperio de la ley, piso mínimo para todos, libertad de competencia.
Decídanse, pues. Y defiendan su decisión. México será lo que quieran hacer de él.
twitter: @mschetti
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
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