miércoles, enero 07, 2009
El problema real
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Necesitamos ser más competitivos. ¿Lo entenderán "nuestros" políticos? ¿Lo entenderemos los ciudadanos al momento de votar en las urnas? Tengan cuidado con la demagogia y el populismo, eso es lo que ha mantenido ha este país en el atraso y con magros crecimientos.
Felipe Calderón
Es verdad que la economía mexicana está comenzando este año de recesión internacional con una situación financiera y fiscal más sólida que la de muchos países, incluido Estados Unidos. Nuestro déficit de presupuesto es relativamente pequeño, como lo es el de cuenta corriente; no estamos teniendo que gastar una enorme fortuna en el rescate de nuestro sistema bancario (ya lo hicimos entre 1995 y 1997) o en el de nuestra industria automotriz. La estabilidad nos favorece, por supuesto, aun cuando ya hemos visto en innumerables ocasiones que el buen comportamiento financiero y fiscal de un país no lo exenta de las marejadas de una crisis.
Hay que entender, sin embargo, que el problema de fondo de la economía mexicana no radica en su estabilidad o en su solidez. La gran lápida que lastra nuestra economía es la falta de competitividad y este problema no se está resolviendo. Por el contrario, seguimos perdiendo terreno ante un mundo que cada día mejora su eficiencia.
En las tablas del Fondo Monetario Internacional México ocupa el lugar 151 entre 180 países en crecimiento económico estimado para el cierre de 2008. En el Global Competitiveness Report de 2008-2009 del Foro Económico Mundial de Davos, que el propio Gobierno mexicano ha adoptado como medida independiente de nuestra competitividad, México ha quedado en el lugar 60 de 134. Nuestro país, de hecho, ha venido perdiendo lugares en este índice en los últimos años.
Esta falta de competitividad es culpa nuestra... o más bien de la clase política que hemos escogido. Somos nosotros los que hemos limitado de manera dramática las posibilidades de inversión en energía eléctrica o en la industria petrolera. Es la legislación laboral que nos han dado nuestros legisladores la que permite que los sindicatos se conviertan en organizaciones de chantaje antes que de defensa de los derechos de los trabajadores. Son estas leyes las que hacen posible que un sindicato como el de Napoleón Gómez Urrutia mantenga paralizada durante más de un año una mina tan importante como la de Cananea sólo para defender los intereses personales del líder. Somos nosotros los que permitimos que se preserven monopolios u oligopolios públicos o privados en ramas cruciales de la economía de nuestro país. Es nuestra culpa que un grupo de burócratas pueda establecer a discreción los precios de los energéticos en México o gastarse cientos de miles de millones de pesos en subsidiar la gasolina.
Nuestra clase política ha fragmentado la tierra y establecido reglas que impiden la consolidación de las unidades de producción agrícola de nuestro país. Nuestras leyes han despojado de derechos de propiedad a los ejidatarios. La estructura del Estado mexicano nos obliga a pagar cientos de miles de millones de pesos al año en una educación pública incapaz de educar a sus alumnos. Nuestras leyes entregan miles de millones de pesos al año a los partidos políticos en un sistema que prohíbe las críticas a los candidatos y que nos impide a los ciudadanos comunes y corrientes contratar tiempos de radio y televisión para expresar nuestros puntos de vista.
En este 2009 la tasa de crecimiento de la economía mexicana será muy reducida o quizá caiga en terreno negativo. Los pronósticos de los especialistas oscilan entre -0.5 y 1 por ciento, muy por debajo de las perspectivas que se vislumbraban hace apenas unos meses. Pero la razón de este tropiezo es temporal. La crisis internacional no durará por siempre. Ésta no debe ser la razón de preocupación fundamental sobre nuestra economía.
El problema real de México es mucho más de fondo. Lo que tenemos que hacer es tomar medidas para abrir la economía, los sindicatos y la política. Debemos permitir que la creatividad de los mexicanos tenga rienda suelta y se refleje en mayores esfuerzos para generar crecimiento y eficiencia en la economía. Debemos liberar a la política de los partidos y, al permitir la reelección de legisladores y presidentes municipales, hacer a unos y otros responsables ante los ciudadanos y no ante sus líderes.
Es verdad que en medio de una tormenta financiera internacional no es poca cosa conservar la estabilidad. Pero nuestro México no tiene por qué aspirar solamente a esto. De nada sirve la solidez cuando ésta no alcanza a promover inversión, crecimiento económico o empleos suficientes. Hoy es el momento de preocuparse un poco menos por la estabilidad y un mucho más por llevar a cabo las reformas de fondo que realmente nos permitan ser más competitivos y más prósperos.
Sergio Sarmiento