sábado, enero 12, 2008

 

Muñoz Ledo al FAP y echeverrismo de AMLO

Es difícil comprender por qué alguien puede sorprenderse por la designación de Porfirio Muñoz Ledo como coordinador del llamado Frente Amplio Progresista. Hace apenas dos años, Muñoz Ledo dejaba la embajada de México ante la Unión Europea donde había estado cinco años como representante del gobierno de Vicente Fox. Siete años atrás, lo pudimos ver saludando junto al propio Fox en la sede nacional del PAN, la noche del 2 de julio del año 2000. Poco antes habíamos visto cómo había competido contra Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, buscando la candidatura presidencial del PRD y, luego, la de la Jefatura de Gobierno del DF por ese partido. Como no consiguió ni una ni la otra, en plena campaña se transformó súbitamente en candidato presidencial del PARM y a un mes de las elecciones, cuando era evidente que no tendría ni siquiera el registro, lo dejó para sumarse a la campaña de Vicente Fox. Esperaba un puesto en el gabinete y no lo obtuvo, pero se quedó con una posición privilegiada: embajador ante la Unión Europea durante cinco años. Regresó a México buscando algo, decía que la SEP, no la logró y apareció rápidamente una vez más en los templetes, pero ahora pegado a López Obrador.

Nadie duda de la inteligencia de Muñoz Ledo, pero su discurso está ya acabado, porque el que fuera líder priista, el que defendiera públicamente a Díaz Ordaz ante la matanza de Tlatelolco, el operador de Luis Echeverría y luego de López Portillo, el verdadero cachorro de la Revolución de aquellos años, ha dado tantas volteretas políticas en los últimos años, ha modificado tantas veces su actitud, su discurso y sus posiciones de acuerdo con el aliado en turno, que resulta imposible saber con cuál Porfirio se habla. Pero en el último año no cabe duda: su posición ha sido la que diga López Obrador. Y eso ha sido recompensado.

Se puede entender que Jesús Ortega, pese a sus dudas e inconsecuencias a la hora de defender el discurso en el que realmente cree, de una izquierda moderna y tolerante, haya tenido que dejar la coordinación del Frente Amplio después de que declarara que buscaría la presidencia del PRD en contra de la voluntad de López Obrador o que, como consecuencia de la reforma electoral, el PT y sobre todo Convergencia, se alejaran de las posiciones de los líderes parlamentarios del PRD. Pero todo indicaba que su reemplazante en el FAP sería Manuel Camacho, otro hombre que ha tenido y vivido muchos giros dramáticos en su carrera política, pero que conserva un margen de coherencia y legitimidad mayor al de Porfirio y que ha hecho hasta lo imposible para que se lo viera como leal a López Obrador. Camacho, además, ha tratado de dejar entrever posibilidades de tejer nuevos esquemas políticos que pueden ser compartibles o no, pero que tratan de no encerrarse exclusivamente en la dialéctica del derrocamiento del régimen. Además, para nadie es un secreto la cercanía de Camacho con Marcelo Ebrard y las aspiraciones del jefe de gobierno capitalino de convertirse en candidato presidencial en 2012.

Pues bien, para López Obrador eso es demasiado. Con un solo gesto, no sólo desplazó a Ortega y Nueva Izquierda del FAP, sino que también descartó a Camacho y envió el mensaje a Ebrard de que él no se piensa mover de una lógica política que debe llevarlo a competir nuevamente por la presidencia en los próximos comicios. Muchos dijimos que la expectativa de Ebrard de convertirse en candidato, ya sea superando a López Obrador o porque éste le abriera el camino, era por lo menos ingenua: que Marcelo y Camacho estaban cometiendo los mismos errores que en el proceso de destape del 93-94. Un político conservador y autoritario como el tabasqueño jamás dejará un espacio como el que tiene, aunque con ello literalmente hunda a su partido.

Un hombre cercanísimo, por lo menos eso es lo que se dice, a Manuel Camacho, de quien fue un estrecho colaborador, y a Marcelo Ebrard; el mismo que organizó la imagen del lopezobradorismo en Estados Unidos, donde goza de prestigio y reconocimiento, escribió, este lunes, un texto, que constituye una dura crítica para el lopezobradorismo. Publicó Juan Enríquez Cabot algo que hemos dicho muchas veces: que López Obrador no lucha por lo nuevo. "Su reforma no es por mejorar la calidad de quienes ocupan pupitres o para generar miles de nuevas empresas. Es una lucha similar a la de Marcos. Lo que queda, para todos. El énfasis es en repartir lo existente, no en construir el futuro. Es volver a lo que no funcionó, al pase automático, la prebenda del Estado, al tlatoani que otorga vida y riqueza. Es una religión política que vigila contra el emprendedor, el sobresaliente, el que construye por sí mismo, sin permiso, sin deber favores. Es política diseñada, concluye Enríquez Cabot, post-revolución, para estabilizar, tranquilizar, moderar. Es la base misma del PNR y luego del PRI de Cárdenas. Es el modelo llevado al extremo por Echeverría. Es un modelo que suena atractivo, pero que no funciona. Es volver, una vez más, al pasado". Es una descripción precisa del lopezobradorismo. Y si Enríquez Cabot sigue siendo un hombre cercano a Camacho y Ebrard, ello exigiría que éstos, por lo menos, aceptaran esa definición y asumieran las suyas propias, alejadas del lopezobradorismo, si es que dicen representar algo nuevo. Por lo pronto, por más actos de contrición y disciplina de ambos, el tlatoani perredista los ha descartado.

Porque resulta obvio que López Obrador apuesta a la incondicionalidad, a quienes no tienen ya nada que perder o poco que ganar, y comparten sus convicciones ideológicas. ¿Y quién puede ser más echeverrista que Muñoz Ledo? Ebrard y Camacho, si quieren tener un futuro político propio, si coinciden que quien fue durante años su amigo y colaborador, tendrían que asumirlo y tomar sus propias definiciones.

Jorge Fernández Menéndez

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