domingo, agosto 20, 2006
AMLO: Lo peor de Gandhi
López Obrador tiene una tendencia casi compulsiva a listar personajes históricos cuyas huellas pretende seguir paso a paso. En el panteón de su muy personal historia de bronce, figuran varios mexicanos ilustres a los que en nada se parece, y más bien contradice. En un texto reciente publicado en The New York Times, ha ampliado el elenco: ahora dice actuar "en el espíritu de Gandhi y el reverendo Martin Luther King". De los dos, el más complejo es Gandhi, a quien López Obrador sumó a su lista de "guías" porque fue el creador de la célebre estrategia "resistencia pasiva". El término es equívoco. Gandhi rechazó siempre el uso de la palabra "resistencia" aplicada a su filosofía, porque tiene un sentido exactamente opuesto a "pacífica": "Satyagraha", el concepto gandhiano, no tiene nada que ver con resistencia: significa "firmeza en la verdad".
Es poco probable que López Obrador dedique esas largas horas en su tienda de campaña en el Zócalo a leer los muchos libros que han aparecido recientemente sobre Gandhi y sobre el Raj británico: no es hombre de curiosidades, sino de dogmas, y nunca se ha distinguido por ser un estudiante dedicado. Si lo hiciera, entendería que los paralelismos entre él y Gandhi son casi inexistentes y que su "resistencia pacífica" es la imagen distorsionada de la filosofía gandhiana.
Gandhi persiguió toda su vida una meta justa, clara y legítima, que compartían todos los hindúes: la independencia de la India. AMLO está inmerso en una lucha confusa y minoritaria: una defensa "de la libertad y la democracia" que opera coartando libertades y subvirtiendo los cimientos y las instituciones democráticas.
Gandhi era un hombre religioso que aborrecía genuinamente la violencia. Para AMLO, hombre instintivamente agresivo, su única religión es él mismo. Imposible imaginar a Gandhi retando a las autoridades británicas para que reprimieran a sus seguidores, como hizo López hace unos días. Lo que para aquel era una creencia profunda, para éste es una fachada de plástico.
Más importante aún, a diferencia de López (incapaz de reconocer una derrota o de negociar con sus oponentes en aras del bien común), Gandhi era un político paciente, astuto e inteligente. Sabía cuándo dar marcha atrás y desmontar campañas cuando desembocaban en callejones sin salida (como lo hizo, por ejemplo, en 1922, cuando su movimiento de desobediencia civil escapó a su control y degeneró en la violencia). Gandhi negoció arduamente con virreyes, primeros ministros y todo tipo de delegados británicos, así como con sus oponentes políticos, y esperó casi tres decenios el momento propicio para conseguir la independencia hindú.
López comparte con Gandhi, si acaso, una inmensa vanidad, la capacidad de convocar lealtades casi religiosas, y una notable miopía moral frente al adversario. Mahatma Gandhi nunca pudo reconocer que su "Satyagraha" tuvo un inmenso éxito, en gran parte, porque confrontaba a una sociedad democrática y abierta que le otorgó los medios -la prensa libre, por ejemplo- que dieron resonancia y fuerza a su movimiento. De igual modo, AMLO difícilmente aceptará que, hasta ahora, lo "pacífico" de su movimiento ha sido resultado de la ponderación del gobierno y del civismo de los ciudadanos (los que votaron y los que no votaron por él) afectados por sus plantones y marchas.
Paradojas de la santidad: Gandhi, que abjuraba de la violencia, estuvo a punto de provocar un suicidio colectivo. En 1942, en el momento más crítico de la guerra para Inglaterra y sus aliados, Gandhi cometió el error más grave de su vida. Lanzó una campaña llamada "Abandona India", que dislocó la red de transporte del país a través de sabotajes a los ferrocarriles, desabasteció a las ciudades más importantes y colocó a la India en peligro de ser invadida por Japón. Gandhi no se detuvo ni ante la posibilidad de que una invasión costara la vida a millones de hindúes: las víctimas habrían triunfado, declaró, por el solo hecho de "preferir el exterminio a la sumisión". India se salvó del peligro externo porque, literalmente, a los japoneses se les acabó la gasolina. Pero la campaña creó un clima de confrontación e impunidad internas que desembocó en graves estallidos de violencia. Violencia innecesaria, por lo demás, porque Inglaterra se preparaba ya para abandonar India.
AMLO se encamina a repetir, no el admirable espíritu pacifista de Gandhi, sino uno de los contados pero abismales errores que el gran líder hindú cometió en su larga carrera política. A ese Gandhi de 1942 sí se parece López Obrador. México no vive una amenaza externa ni es una nación ocupada: es una democracia frágil, un país que en su inmensa mayoría quiere vivir y progresar en paz. Pero López Obrador alimenta un clima de confrontación que invita a la violencia y está dispuesto a asimilar los altos costos humanos que su estrategia implica.
La violencia fratricida alentada por un líder iluminado dividió a la India y cobró cientos de miles de víctimas: ésa es la lección gandhiana que López Obrador debería conocer y evitar.
Isabel Turrent, El Norte
iturrent@yahoo.com
Es poco probable que López Obrador dedique esas largas horas en su tienda de campaña en el Zócalo a leer los muchos libros que han aparecido recientemente sobre Gandhi y sobre el Raj británico: no es hombre de curiosidades, sino de dogmas, y nunca se ha distinguido por ser un estudiante dedicado. Si lo hiciera, entendería que los paralelismos entre él y Gandhi son casi inexistentes y que su "resistencia pacífica" es la imagen distorsionada de la filosofía gandhiana.
Gandhi persiguió toda su vida una meta justa, clara y legítima, que compartían todos los hindúes: la independencia de la India. AMLO está inmerso en una lucha confusa y minoritaria: una defensa "de la libertad y la democracia" que opera coartando libertades y subvirtiendo los cimientos y las instituciones democráticas.
Gandhi era un hombre religioso que aborrecía genuinamente la violencia. Para AMLO, hombre instintivamente agresivo, su única religión es él mismo. Imposible imaginar a Gandhi retando a las autoridades británicas para que reprimieran a sus seguidores, como hizo López hace unos días. Lo que para aquel era una creencia profunda, para éste es una fachada de plástico.
Más importante aún, a diferencia de López (incapaz de reconocer una derrota o de negociar con sus oponentes en aras del bien común), Gandhi era un político paciente, astuto e inteligente. Sabía cuándo dar marcha atrás y desmontar campañas cuando desembocaban en callejones sin salida (como lo hizo, por ejemplo, en 1922, cuando su movimiento de desobediencia civil escapó a su control y degeneró en la violencia). Gandhi negoció arduamente con virreyes, primeros ministros y todo tipo de delegados británicos, así como con sus oponentes políticos, y esperó casi tres decenios el momento propicio para conseguir la independencia hindú.
López comparte con Gandhi, si acaso, una inmensa vanidad, la capacidad de convocar lealtades casi religiosas, y una notable miopía moral frente al adversario. Mahatma Gandhi nunca pudo reconocer que su "Satyagraha" tuvo un inmenso éxito, en gran parte, porque confrontaba a una sociedad democrática y abierta que le otorgó los medios -la prensa libre, por ejemplo- que dieron resonancia y fuerza a su movimiento. De igual modo, AMLO difícilmente aceptará que, hasta ahora, lo "pacífico" de su movimiento ha sido resultado de la ponderación del gobierno y del civismo de los ciudadanos (los que votaron y los que no votaron por él) afectados por sus plantones y marchas.
Paradojas de la santidad: Gandhi, que abjuraba de la violencia, estuvo a punto de provocar un suicidio colectivo. En 1942, en el momento más crítico de la guerra para Inglaterra y sus aliados, Gandhi cometió el error más grave de su vida. Lanzó una campaña llamada "Abandona India", que dislocó la red de transporte del país a través de sabotajes a los ferrocarriles, desabasteció a las ciudades más importantes y colocó a la India en peligro de ser invadida por Japón. Gandhi no se detuvo ni ante la posibilidad de que una invasión costara la vida a millones de hindúes: las víctimas habrían triunfado, declaró, por el solo hecho de "preferir el exterminio a la sumisión". India se salvó del peligro externo porque, literalmente, a los japoneses se les acabó la gasolina. Pero la campaña creó un clima de confrontación e impunidad internas que desembocó en graves estallidos de violencia. Violencia innecesaria, por lo demás, porque Inglaterra se preparaba ya para abandonar India.
AMLO se encamina a repetir, no el admirable espíritu pacifista de Gandhi, sino uno de los contados pero abismales errores que el gran líder hindú cometió en su larga carrera política. A ese Gandhi de 1942 sí se parece López Obrador. México no vive una amenaza externa ni es una nación ocupada: es una democracia frágil, un país que en su inmensa mayoría quiere vivir y progresar en paz. Pero López Obrador alimenta un clima de confrontación que invita a la violencia y está dispuesto a asimilar los altos costos humanos que su estrategia implica.
La violencia fratricida alentada por un líder iluminado dividió a la India y cobró cientos de miles de víctimas: ésa es la lección gandhiana que López Obrador debería conocer y evitar.
Isabel Turrent, El Norte
iturrent@yahoo.com