lunes, julio 31, 2006
A la antigüita
Por más información que se ha dado en el sentido de que aún estamos dentro de los plazos legales para que el Tribunal extienda la declaratoria de validez de la elección presidencial y la constancia de Presidente electo, la inquietud entre la población sigue en aumento.
Esta inquietud no se deriva de que a un mes de la elección todavía no sepamos quién será el próximo Presidente. Tampoco de que las impugnaciones y juicios de inconformidad presentados por el PRD y la Coalición pudieran cambiar el resultado. Ni siquiera de la incertidumbre sobre la decisión que tomará el Tribunal. No. La inquietud proviene de que López Obrador y el PRD han insistido en un discurso y un quehacer que cada vez dejan menores dudas sobre sus intenciones: reventar la elección y desacreditar las instituciones.
A estas alturas resulta difícil concluir algo distinto. Si el proceder del Tribunal y la resolución que de ese proceder resulte, no satisfacen los deseos de López Obrador, al nuevo Presidente se le negará la posibilidad de establecerse con la paz y estabilidad que se merecería un gobierno democráticamente electo.
La actitud de AMLO no es la de un líder con gran voluntad política por defender lo que legalmente ha ganado en las urnas. Su actitud es más bien la del voluntarista. La del político que muestra una tendencia a pretender que las cosas de la realidad sean como se desea o a que sea posible acomodarlas a la propia voluntad.
La actitud de AMLO no es la de un líder que en ejercicio de sus derechos y de su libertad adopta una decisión y se responsabiliza de sus actos. Es la de un político que nunca contempló la derrota, que toma decisiones con base en sus creencias y que se niega a ver las consecuencias de sus actos.
La actitud de AMLO no es la de un líder que mira hacia el futuro, sino al pasado. Mira al pasado para explicar su derrota: fraude cibernético o "a la antigüita", elección de Estado, autoridades vendidas.
Mira al pasado también en su estrategia. A la antigüita también es la solución que está empeñado en imponer. Busca revertir el resultado electoral a través de movilizaciones y amenazas. Busca negociaciones políticas -¿concertacesiones?- propias de un pasado en el que no teníamos instituciones autónomas, independientes, imparciales, creíbles.
Las elecciones de hoy no guardan ninguna semejanza con las del pasado. Hoy no confluyen en las manos del gobierno las facultades para organizar la elecciones, ni para contar los votos, ni para validar las elecciones. Hoy el voto cuenta y se cuenta. Hoy las elecciones se apegan a la legalidad vigente. Una legalidad, hay que recordarlo, construida con el consenso de todas las fuerzas políticas. Una institucionalidad que el propio PRD ayudó a construir y a legitimar cuando se convenció que la mejor manera de llegar al poder y cambiar las cosas era por la vía electoral, institucional y legal.
En las sociedades democráticas el liderazgo se practica ganando adeptos, convenciendo a la ciudadanía, concitando el voto. López Obrador demostró su capacidad de liderazgo en las urnas. En tan sólo seis años llevó a su partido del 17 por ciento de la votación presidencial al 35 por ciento. Su desempeño electoral fue aún más impresionante en el Congreso.
En las sociedades democráticas, una vez concluidas las elecciones, el liderazgo se ejerce no en las calles, sino en el Congreso.
Nadie pide a López Obrador que se resigne. Tiene derecho a denunciar las irregularidades, incluso a pedir el recuento de votos. Pero si la decisión del Tribunal no se aviene a sus expectativas, tiene dos obligaciones. La primera, aceptar la resolución. La segunda, recoger sus ganancias que no son pocas y seguir luchando por su proyecto desde una trinchera democrática.
María Amparo Casar, El Norte
Esta inquietud no se deriva de que a un mes de la elección todavía no sepamos quién será el próximo Presidente. Tampoco de que las impugnaciones y juicios de inconformidad presentados por el PRD y la Coalición pudieran cambiar el resultado. Ni siquiera de la incertidumbre sobre la decisión que tomará el Tribunal. No. La inquietud proviene de que López Obrador y el PRD han insistido en un discurso y un quehacer que cada vez dejan menores dudas sobre sus intenciones: reventar la elección y desacreditar las instituciones.
A estas alturas resulta difícil concluir algo distinto. Si el proceder del Tribunal y la resolución que de ese proceder resulte, no satisfacen los deseos de López Obrador, al nuevo Presidente se le negará la posibilidad de establecerse con la paz y estabilidad que se merecería un gobierno democráticamente electo.
La actitud de AMLO no es la de un líder con gran voluntad política por defender lo que legalmente ha ganado en las urnas. Su actitud es más bien la del voluntarista. La del político que muestra una tendencia a pretender que las cosas de la realidad sean como se desea o a que sea posible acomodarlas a la propia voluntad.
La actitud de AMLO no es la de un líder que en ejercicio de sus derechos y de su libertad adopta una decisión y se responsabiliza de sus actos. Es la de un político que nunca contempló la derrota, que toma decisiones con base en sus creencias y que se niega a ver las consecuencias de sus actos.
La actitud de AMLO no es la de un líder que mira hacia el futuro, sino al pasado. Mira al pasado para explicar su derrota: fraude cibernético o "a la antigüita", elección de Estado, autoridades vendidas.
Mira al pasado también en su estrategia. A la antigüita también es la solución que está empeñado en imponer. Busca revertir el resultado electoral a través de movilizaciones y amenazas. Busca negociaciones políticas -¿concertacesiones?- propias de un pasado en el que no teníamos instituciones autónomas, independientes, imparciales, creíbles.
Las elecciones de hoy no guardan ninguna semejanza con las del pasado. Hoy no confluyen en las manos del gobierno las facultades para organizar la elecciones, ni para contar los votos, ni para validar las elecciones. Hoy el voto cuenta y se cuenta. Hoy las elecciones se apegan a la legalidad vigente. Una legalidad, hay que recordarlo, construida con el consenso de todas las fuerzas políticas. Una institucionalidad que el propio PRD ayudó a construir y a legitimar cuando se convenció que la mejor manera de llegar al poder y cambiar las cosas era por la vía electoral, institucional y legal.
En las sociedades democráticas el liderazgo se practica ganando adeptos, convenciendo a la ciudadanía, concitando el voto. López Obrador demostró su capacidad de liderazgo en las urnas. En tan sólo seis años llevó a su partido del 17 por ciento de la votación presidencial al 35 por ciento. Su desempeño electoral fue aún más impresionante en el Congreso.
En las sociedades democráticas, una vez concluidas las elecciones, el liderazgo se ejerce no en las calles, sino en el Congreso.
Nadie pide a López Obrador que se resigne. Tiene derecho a denunciar las irregularidades, incluso a pedir el recuento de votos. Pero si la decisión del Tribunal no se aviene a sus expectativas, tiene dos obligaciones. La primera, aceptar la resolución. La segunda, recoger sus ganancias que no son pocas y seguir luchando por su proyecto desde una trinchera democrática.
María Amparo Casar, El Norte