miércoles, junio 28, 2006

 

Voto contra la cizaña (por Xavier Velasco).....

Xavier Velasco, escritor mexicano, premio Alfaguara en el 2003 por su novela "Diablo Guardián" y autor también de "Luna llena en las rocas" escribe el siguente ensayo sobre la importancia de no caer en la polarización de clases que propone López Obrador:

 

Voto contra la cizaña

Xavier Velasco

(publicado en Milenio, 26-Junio-06)

Un México polarizado: tal es el sueño de ciertos fanáticos. Un gran árbol de odio, rodeado de prejuicios y calumnias trepadoras

1. Los calores polares

De muy niño solía creer que, si el Polo Norte era, como decían, insoportablemente frío, los pobres pobladores del Polo Sur estarían muriéndose del calor. En cualquier caso, sabía desde entonces que los polos del planeta eran enormemente incómodos. Y que, como es natural, en un polo se sabe poco o nada de cuanto ocurre en el otro. Ahora bien, sucede con frecuencia que del vecino de enfrente tampoco averiguamos gran cosa, pero basta un detalle que nos moleste para ubicarlo a un polo de distancia, y eventualmente odiarlo. Pronto, sus hijos nos parecerán tarados, su esposa una fodonga, su perro una alimaña perniciosa. Polarizar es fácil: un trabajillo sucio que el hígado, esquirol entusiasta, gusta de realizar a solas, usurpando a placer las funciones del cerebro.

Por regla general, los citadinos tendemos a polarizarnos cada vez que salimos a la calle. Para ello, el automóvil suele ser de gran ayuda, pues le permite a uno repartir insultos a mansalva con los cristales prudentemente cerrados, y en dado caso expresarse floridamente con el claxon. Claro que hay quienes optan por bajar el vidrio y gritarle al enemigo las peores invectivas en su carota, pero estando los ánimos tan exaltados —el hígado a marcha forzada, el coco en off— los bocinazos tienden a ser más elocuentes. Quien polariza, al fin, no precisa de grandes argumentos, ni su rabia le deja algún espacio para expresarlos. Además, ¿qué clase de razones va uno a desplegar para poner en su lugar al chofer que recién le aventó la lámina? ¿No basta con dejarlo sordo a claxonazos? ¿No tiene uno razones de sobra para odiarlo y considerarlo antípoda, aun sin saber quién es o qué diablos prefiere en esta vida? A los duros oídos del polarizado, no hay razón que no pueda expresarse a punta de mentadas.

2. Hambre de desempate

La peor parte de enemistarse con el vecino es saber que tenemos que verlo y hasta olerlo con frecuencia insufrible. ¡Cuánto nos gustaría echarlo de la colonia, respaldados por tantos polarizables como fuera posible reclutar! Pero eso afortunadamente no es posible: el odiado vecino va a seguir allí, por más que nuestros gestos exaltados intenten disuadirlo de enturbiar del paisaje con su presencia. ¿Cuál fue, por cierto, el motivo primigenio de la antipatía? Es probable que apenas lo recordemos, pues desde entonces hemos ido encontrando argumentos adicionales en su contra, y éstos ya fermentaron en el mismo perol, de modo que nuestro odio no conoce ya límites: lo hemos alimentado a diario durante tantos años que llegó hasta la hemoglobina. Maldita sea la sangre de aquellos infelices que en mala hora llegaron a amargarnos la vida, por nuestra cuenta corre que se arrepentirán...

En el coche los odios no son tan duraderos, y ofrecen la ventaja adicional de un ajuste de cuentas inmediato. Si lo que el enemigo quiere —y a la hora de ganar un pedazo de asfalto no hay quien se libre de ser enemigo— es que le permitamos pasar antes, nuestra satisfacción será impedírselo. Difícilmente llegaremos más pronto a nuestro destino, pero al menos lo haremos con la satisfacción cancerígena de haber impuesto fugazmente nuestra personalísima ley del monte. O sea que igual estamos fastidiados, pero ya fastidiamos a unos cuantos y eso como que nos conforta. Por un instante que olvidaremos instantáneamente, conseguimos creer que hemos sido más hábiles que el otro; prueba de ello es que se ha quedado atrás. Y si el otro se enoja y se nos mete después, habremos conseguido lo que secretamente buscábamos: disputar un torneo para ver cuál de los dos es más idiota. Lástima que el empate sea inminente...

3. ¿De qué color es la bilis?

No todos los polarizadores son amateurs. Quienes que lo hacen profesionalmente saben que el de sembrar cizaña es gran negocio. Todos estamos llenos de frustraciones que pueden explotarse prodigando calumnias sin vergüenza, pero es cierto que varios estamos hasta el gorro de que los cizañistas pretendan ubicarnos en su polo contrario, donde no estamos ni queremos estar. Escribo estas palabras en el Estadio Azteca, en el cierre de campaña de Felipe Calderón, rodeado por legiones de personas que, según juran los polarizadores, se componen de grandes burgueses, terratenientes y, horror de los horrores, neoliberales. Una calumnia no menos ligera que aquella que nos lleva a concluir que la madre del otro automovilista se dedica con éxito a trotar banquetas. Pero polarizar es estigmatizar: anular moralmente al adversario para que sus palabras no tengan validez.

¿Debo pensar, como quieren los polarizadores que se dicen “de izquierda” y se comportan como derechistas histéricos, que habemos entre aquí y afuera —ya no cabe uno más en el estadio— mucho más de cien mil agentes de la CIA empeñados en acabar con México? ¿Cómo andará el inglés de las decenas de miles de humildes que ahora mismo agitan banderas blanquiazules? Lo más fácil sería decidir que quienes van al Zócalo armados de banderas amarillas son, ellos sí, agentes encubiertos del Partido Comunista Cubano: una idiotez que llama a la clientela fácil. Y ahí está la ventaja del polarizador, cuya actitud invita a continuar su chamba, y así dar la razón a sus respingos.

“El problema del populismo”, ha dicho Luis Miguel Insulza, socialista de cepa a quien sólo un zopenco total se atrevería a tildar de reaccionario, “es decir que se puede repartir lo que no se tiene”. No pretendo pelearme con nadie por el tema, mucho menos moverme hacia polo alguno; sólo intento votar por quien no polarice, ni cultive cizaña, ni prometa que va a subirle el sueldo a nadie. Creo, al fin, que es más grato cederle el lugar al otro automovilista que ganárselo a como dé lugar, y además maldecirlo. Prefiero todavía sonreírle al vecino latoso. Y como no he encontrado en el Azteca lo que los polarizadores anunciaron, ni creo que las razones se expresen con insultos y calumnias, ni simpatizo con el priísmo amarillo del PRD, ni acepto que me cuelguen estigmatas por no ser suficientemente idiota para odiar sin motivo a quien me indiquen, salgo del Azteca decidido a votar por el de Azul, el PAN. Así nomás, sin polos de por medio.

Xavier Velasco

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