lunes, febrero 19, 2018
El farsante y su público
Acaso muy en el fondo queremos vivir en la farsa y que el drama se vuelva realidad, como en Shakespeare, creemos que el destino está escrito y nada podemos ya cambiar. Es una trampa mental, porque nada está escrito y El farsante podría desmoronarse. Pero lo primero es ponerlo en palabras, es un farsante y puede ganar si no lo desnudamos. Trump también es un farsante y hoy es Presidente. No hay sorpresas, está siendo lo que se predijo, un desastre. Pero ése no es necesariamente nuestro destino, no hay fatalidad. Como dice Rob Riemen en su más reciente y espléndida entrega, lo primero es nombrarlo, “cambiar las palabras también cambiará los hechos” (Para combatir esta era, Taurus). Si la farsa echa raíces, los otros partidos harán lo mismo. Resultado: la República como farsa.
Con ligereza hablamos de su tercera postulación. Él con sorna advierte que no habrá una cuarta. El mesías no está disponible siempre. Nos reímos de que no pueda acreditar sus ingresos y su situación fiscal. Pero lo dejamos seguir adelante. No cumple con lo básico de un ciudadano en regla, pero galopa ante nuestros ojos, aparece en las pantallas, vocifera como si todo estuviera en regla. Qué es esto. Se hizo de un partido político a su medida y ahora nosotros subsidiamos su actividad. Ya acomodó a su parentela en el organismo, algo intolerable para otros. Pero a él se lo pasamos con cierta tibieza. No lo llamamos a cuentas, lo dejamos hacer de las suyas sin ponerle un alto.
El defensor de la pureza olvida convenientemente el caso Imaz-Ahumada, a los Abarca y los 43, nada dice de los dineros de Eva Cadena o de los desarreglos de Delfina Gómez o del delegado en Tláhuac, son sólo algunos casos. Y nosotros contemplando, como si la memoria no fuera parte obligada de nuestra existencia, como si él tuviera licencia para la mofa nacional acompañada de una sonrisa cínica. Las burlas no paran, anuncia una encuesta para elegir a su abanderado a la CDMX. Pero algo sucede en el camino, el favorito en la mayoría de los estudios públicos, justo él, es desplazado al tercer lugar por la persona de sus preferencias. De nuevo la burla. ¿Y la metodología? ¿Y los resultados puntuales? Silencio. ¿Quién hizo el estudio? Silencio. Burla estridente. Es mi partido, es mi candidata y qué. Ustedes paguen y acepten la burla. Ahora anuncian el mismo método para las alcaldías. No hay límite.
Seguro de su victoria, con soberbia, comete errores. Ahora tiene a la candidata de sus sueños, pero se lleva de paso el descrédito de un ejercicio ideado para justificar su dedo. Allí está el dedo revivido y disfrazado. O acaso somos nosotros los que añoramos el dedo. Ha logrado hacer de su actuación política una muy popular pantomima. El farsante usa lo que sea necesario para vender una falsedad. Pero lo grave no es que lo intente, sino que consiga sus objetivos. La República podría ser guiada por un farsante que domina la pantomima. No es juego, estamos ante un asunto muy serio. Más allá de derechas o izquierdas, el problema es otro. El farsante lo degrada todo: de una encuesta a una institución de interés público como lo es un partido. Lo que toca se transforma en farsa.
Pero tipos así los habrá siempre, lo que no corresponde es la reacción ciudadana. Pareciera que hay una conciencia de culpabilidad que le valida todo, como si le hubiésemos infligido una enorme ofensa y ahora tuviéramos que tragarnos sus caprichos. Acaso estamos asumiendo que de verdad ganó la Presidencia en 2006, contra todos los argumentos y números, todavía le abrimos una rendija de duda que le permite seguir vivo y corromper la República. De verdad dudamos de todo y por eso le damos crédito a El farsante. Es una complicidad silenciosa. Nosotros le damos vida, lo alimentamos al dudar de las instituciones, imperfectas, pero instituciones al fin. Al permitirle la pantomima traicionamos las instituciones y a nosotros mismos. Los que no le crean, que se opongan públicamente, que lo digan, que se deslinden de la eficaz y peligrosa farsa.
Nada le hemos hecho, nada le debemos, no hay deuda. La responsabilidad del hijo malcriado es nuestra, porque somos capaces de comer farsa todos los días y, además, sonreír. Romper el silencio cómplice comienza por nombrarlo: se llama AMLO.
Federico Reyes Heroles