lunes, marzo 11, 2013
Chávez, revisited (populismo)
Allá por el final del 2011 publiqué en estas páginas un artículo que titulé 'Inflación bolivariana'. En aquel entonces, dije que la venezolana tenía la dudosa distinción de ser la economía con la inflación más alta de América Latina. Fiel en el error, la política económica populista del recién fallecido Hugo Chávez ha permitido a Venezuela mantener el primer lugar en ese aspecto. La gráfica que acompaña a esta nota pone de manifiesto que el fenómeno no es accidental. Se trata de un proceso que caracterizó a todo el periodo de gobierno del 'comandante'.
En el más burdo estilo autoritario, Chávez decretó en 2011 un control de precios cuya intención era garantizar a la población el acceso a bienes y servicios a 'precios justos' -depurados, por supuesto, de las alzas especulativas propias del capitalismo monopólico. El 'comandante' puso al banco central (la infortunada caja chica de la presidencia) a cargo de la imposible tarea de monitorear el cumplimiento de la ley. (La caja grande era PDVSA, la compañía petrolera). Por supuesto, como ha sido siempre el caso en la historia económica, el esquema fracasó, pero no sin causar las distorsiones típicas del mismo: escasez, mercado negro, corrupción, etcétera.
En términos irreverentes, el episodio anterior se antoja una versión materialista del tema que campeó en la obra del ilustre venezolano Rómulo Gallegos: el conflicto entre barbarie y civilización. Otra de sus manifestaciones, que ocurrió algunos días antes del fallecimiento de Chávez, fue una nueva devaluación (46 por ciento) de la moneda nacional, el bolívar, frente al dólar estadounidense. A lo largo de los últimos tres lustros bolivarianos, el tipo de cambio nominal se multiplicó por 10. No podía ser de otra manera: recurrir a la impresión de dinero para financiar los desequilibrios fiscales conduce a la inflación de los precios, esto es, a la pérdida del valor interno de la moneda. Ello se traduce fatalmente en una pérdida de su valor frente a las divisas extranjeras, sin que las autoridades puedan evitar el desenlace recurriendo a los controles de cambios. Esto lo sabe cualquier economista medianamente civilizado, pero lo ignora la barbarie de los líderes iluminados. Lo anterior se agrava si las políticas públicas hacen del estado de derecho un estado de inseguridad.
En un intento por completar el cuadro anterior, revisé los datos de producción industrial de Venezuela de los 15 años más recientes, pero me desconcertó encontrar que tienen variaciones tan abruptas que los hacen razonablemente sospechosos. Tanto así, que parecen pertenecer más bien al 'realismo mágico' de la política que a la estadística.
Por cierto, hablando de números, el Financial Times citó hace poco como uno de los logros de Chávez el haber reducido la pobreza a la mitad. La cifra puede ser producto de los subsidios, pero es imposible creer que sea consecuencia de un aumento repentino de la capacidad productiva de la población indigente. En otras palabras, no es duradera.
No sé qué pasará en el corto plazo ahora que el 'petrocaudillo' Chávez ha muerto. Sin embargo, me parece lógico suponer que, quizá más tarde que temprano, la economía sufrirá un ajuste drástico. Cuando suceda, los de abajo la pasarán muy mal. Tal es el legado trágico del populismo, cualquiera que sea su signo. En México lo sabemos muy bien.
En el más burdo estilo autoritario, Chávez decretó en 2011 un control de precios cuya intención era garantizar a la población el acceso a bienes y servicios a 'precios justos' -depurados, por supuesto, de las alzas especulativas propias del capitalismo monopólico. El 'comandante' puso al banco central (la infortunada caja chica de la presidencia) a cargo de la imposible tarea de monitorear el cumplimiento de la ley. (La caja grande era PDVSA, la compañía petrolera). Por supuesto, como ha sido siempre el caso en la historia económica, el esquema fracasó, pero no sin causar las distorsiones típicas del mismo: escasez, mercado negro, corrupción, etcétera.
En términos irreverentes, el episodio anterior se antoja una versión materialista del tema que campeó en la obra del ilustre venezolano Rómulo Gallegos: el conflicto entre barbarie y civilización. Otra de sus manifestaciones, que ocurrió algunos días antes del fallecimiento de Chávez, fue una nueva devaluación (46 por ciento) de la moneda nacional, el bolívar, frente al dólar estadounidense. A lo largo de los últimos tres lustros bolivarianos, el tipo de cambio nominal se multiplicó por 10. No podía ser de otra manera: recurrir a la impresión de dinero para financiar los desequilibrios fiscales conduce a la inflación de los precios, esto es, a la pérdida del valor interno de la moneda. Ello se traduce fatalmente en una pérdida de su valor frente a las divisas extranjeras, sin que las autoridades puedan evitar el desenlace recurriendo a los controles de cambios. Esto lo sabe cualquier economista medianamente civilizado, pero lo ignora la barbarie de los líderes iluminados. Lo anterior se agrava si las políticas públicas hacen del estado de derecho un estado de inseguridad.
En un intento por completar el cuadro anterior, revisé los datos de producción industrial de Venezuela de los 15 años más recientes, pero me desconcertó encontrar que tienen variaciones tan abruptas que los hacen razonablemente sospechosos. Tanto así, que parecen pertenecer más bien al 'realismo mágico' de la política que a la estadística.
Por cierto, hablando de números, el Financial Times citó hace poco como uno de los logros de Chávez el haber reducido la pobreza a la mitad. La cifra puede ser producto de los subsidios, pero es imposible creer que sea consecuencia de un aumento repentino de la capacidad productiva de la población indigente. En otras palabras, no es duradera.
No sé qué pasará en el corto plazo ahora que el 'petrocaudillo' Chávez ha muerto. Sin embargo, me parece lógico suponer que, quizá más tarde que temprano, la economía sufrirá un ajuste drástico. Cuando suceda, los de abajo la pasarán muy mal. Tal es el legado trágico del populismo, cualquiera que sea su signo. En México lo sabemos muy bien.
Everardo Elizondo