domingo, septiembre 16, 2012
Nacionalismo (trasnochado)
"Amo demasiado a mi país para ser nacionalista". Albert Camus
Qué bueno que ya no tenemos encima las celebraciones del Bicentenario de la Independencia, que ya no tenemos que desperdiciar tiempo y dinero en desfiles de carnaval, festivales deportivos en el Paseo de la Reforma o estelas iluminadas. Quizá ahora tengamos oportunidad de reflexionar seriamente sobre el sentido de la Independencia.
México es una nación profundamente nacionalista. En principio esto no debería ser malo. El problema es que hemos utilizado desplantes patrioteros para ocultar nuestros errores y la perversión de un sistema político que se ha convertido en el principal obstáculo para el desarrollo.
La guerra de Independencia fue iniciada por criollos y respaldada por mestizos e indígenas. Unos y otros, sin embargo, tenían propósitos distintos. Los criollos buscaban la independencia política; les irritaba no tener una influencia política congruente con su poder económico. Para los mestizos e indígenas la exigencia era muy distinta: querían simplemente un mejor ingreso para reducir o acabar con su pobreza.
La Independencia creó una nueva casta dirigente, preponderantemente criolla, pero no dio a los pobres el mejor nivel de vida al que aspiraban. México vivió un largo periodo de estancamiento económico de 1810 a 1880. Todos los líderes políticos y militares se creían con derecho a ocupar la Presidencia y la buscaban a menudo por la fuerza de las armas. El Gobierno central era débil y los bandidos en los caminos hacían imposible el comercio. Tuvo que llegar el Gobierno fuerte de Porfirio Díaz para que el País volviera a conocer el crecimiento económico.
Las tres décadas de gobierno de don Porfirio son vistas hoy con desprecio, pero fueron un periodo de expansión económica. Con la Revolución de 1910 el crecimiento volvió a trastabillar. Tuvieron que llegar los tiempos del partido único para que el País creciera de nuevo. Sin embargo, a partir de la década de 1980 el Producto Interno Bruto per cápita se ha estancado.
Si bien el mexicano promedio es hoy más próspero que el de 1810 o que el de 1910, el País se ha quedado rezagado ante España, Estados Unidos y otros países. Las guerras de Independencia y Revolución sirvieron fundamentalmente para quitar el poder a algunos y dárselo a otros. No sentaron las bases para un crecimiento que permitiera satisfacer esa exigencia de un mejor nivel de vida que llevó a mestizos e indígenas a unirse a la guerra de independencia de los criollos.
Los sueños que algunos grupos políticos de nuestro País siguen teniendo de recurrir a una revolución violenta para construir una verdadera justicia social están condenados al fracaso. Lo que nos demuestra la experiencia en México y el mundo es que las revoluciones provocan primero un desplome del crecimiento y después gestan una nueva clase gobernante, usualmente tan abusiva como la anterior.
Si realmente queremos cumplir el sueño ancestral de dar un mejor nivel de vida a los pobres, el camino debe ser otro. Debemos abrir la economía, fortalecer la inversión, garantizar los derechos de propiedad y otras garantías individuales, mejorar la calidad de la educación y volver a México mucho más eficiente y productivo.
El nacionalismo tiene poco sentido si no ayuda a combatir la pobreza. Los mexicanos hemos dejado que la clase política utilice una burda forma de patrioterismo para defender políticas, como la prohibición a la inversión privada en energía, que nos mantienen en la miseria. Ha llegado el momento en que descartemos los viejos juegos de poder de la clase criolla para atender el viejo y justo reclamo de mestizos e indígenas por construir una sociedad más próspera.
Sergio Sarmiento
Qué bueno que ya no tenemos encima las celebraciones del Bicentenario de la Independencia, que ya no tenemos que desperdiciar tiempo y dinero en desfiles de carnaval, festivales deportivos en el Paseo de la Reforma o estelas iluminadas. Quizá ahora tengamos oportunidad de reflexionar seriamente sobre el sentido de la Independencia.
México es una nación profundamente nacionalista. En principio esto no debería ser malo. El problema es que hemos utilizado desplantes patrioteros para ocultar nuestros errores y la perversión de un sistema político que se ha convertido en el principal obstáculo para el desarrollo.
La guerra de Independencia fue iniciada por criollos y respaldada por mestizos e indígenas. Unos y otros, sin embargo, tenían propósitos distintos. Los criollos buscaban la independencia política; les irritaba no tener una influencia política congruente con su poder económico. Para los mestizos e indígenas la exigencia era muy distinta: querían simplemente un mejor ingreso para reducir o acabar con su pobreza.
La Independencia creó una nueva casta dirigente, preponderantemente criolla, pero no dio a los pobres el mejor nivel de vida al que aspiraban. México vivió un largo periodo de estancamiento económico de 1810 a 1880. Todos los líderes políticos y militares se creían con derecho a ocupar la Presidencia y la buscaban a menudo por la fuerza de las armas. El Gobierno central era débil y los bandidos en los caminos hacían imposible el comercio. Tuvo que llegar el Gobierno fuerte de Porfirio Díaz para que el País volviera a conocer el crecimiento económico.
Las tres décadas de gobierno de don Porfirio son vistas hoy con desprecio, pero fueron un periodo de expansión económica. Con la Revolución de 1910 el crecimiento volvió a trastabillar. Tuvieron que llegar los tiempos del partido único para que el País creciera de nuevo. Sin embargo, a partir de la década de 1980 el Producto Interno Bruto per cápita se ha estancado.
Si bien el mexicano promedio es hoy más próspero que el de 1810 o que el de 1910, el País se ha quedado rezagado ante España, Estados Unidos y otros países. Las guerras de Independencia y Revolución sirvieron fundamentalmente para quitar el poder a algunos y dárselo a otros. No sentaron las bases para un crecimiento que permitiera satisfacer esa exigencia de un mejor nivel de vida que llevó a mestizos e indígenas a unirse a la guerra de independencia de los criollos.
Los sueños que algunos grupos políticos de nuestro País siguen teniendo de recurrir a una revolución violenta para construir una verdadera justicia social están condenados al fracaso. Lo que nos demuestra la experiencia en México y el mundo es que las revoluciones provocan primero un desplome del crecimiento y después gestan una nueva clase gobernante, usualmente tan abusiva como la anterior.
Si realmente queremos cumplir el sueño ancestral de dar un mejor nivel de vida a los pobres, el camino debe ser otro. Debemos abrir la economía, fortalecer la inversión, garantizar los derechos de propiedad y otras garantías individuales, mejorar la calidad de la educación y volver a México mucho más eficiente y productivo.
El nacionalismo tiene poco sentido si no ayuda a combatir la pobreza. Los mexicanos hemos dejado que la clase política utilice una burda forma de patrioterismo para defender políticas, como la prohibición a la inversión privada en energía, que nos mantienen en la miseria. Ha llegado el momento en que descartemos los viejos juegos de poder de la clase criolla para atender el viejo y justo reclamo de mestizos e indígenas por construir una sociedad más próspera.
Sergio Sarmiento