martes, octubre 31, 2006

 

Barbarie

¿Había otra salida? ¿Se pudo evitar la entrada de las fuerzas policiacas? ¿Quién es el responsable de las muertes, de los heridos, de los detenidos? ¿A quién deben señalar los deudores? Oaxaca es el resultado de múltiples elementos. La miseria ancestral que no ha podido ser abatida, la degradación de la clase política que pareciera no tocar fondo, la indecisión del gobierno federal que dejó crecer el problema, la radicalización de líderes irresponsables que no tienen destino y medran del conflicto, pero sobre todo de la laxitud en la aplicación de las normas de convivencia. Oaxaca es un desfile de nuestras deformaciones profundas frente al pacto democrático.

Gremios vs sociedad. La sección 22 lleva décadas construyendo su perfil aguerrido que, por lo visto, le ha dado resultados. La capital del estado ha sufrido ene número de plantones y tomas "pacíficas" que han sido la fórmula para obtener prebendas. Todo se les toleró. Gobernadores entraron y salieron aceptando la violación de la ley como parte de la lucha política. ¿Cautela, cálculo o simple miedo a definir con claridad lo válido de lo inaceptable? Es que los oaxaqueños son "bravos" es la típica evasión del problema. No, es que los estímulos alentados son perversos. Si tomaban año con año la plaza principal por semanas y conseguían sus objetivos, por qué no escalar la mecánica y llevarla a meses. De qué nos asombramos ahora, el chantaje lleva años. De los ciudadanos afectados, decenas de miles de personas y más de un millón de estudiantes, nada se decía. Los gremios pisoteando a la sociedad.

Subversivos embozados. Con frecuencia se les denomina radicales. Así se hace referencia a grupos muy pequeños, pero muy activos de personajes que no tienen ningún interés en entrar a la lucha política institucional. De hecho no creen en ella: luchan contra las instituciones. En cualquier democracia se les denominaría subversivos y sufrirían -de cometer delitos- las consecuencias de ley. Pero aquí se procede con conciencia culpable. Se piensa -sobre todo desde la izquierda- que hay "ilegales buenos", que ayudan a la transformación de la sociedad. Si están contra el enemigo común -en este caso el Gobernador- no importa que lancen piedras o bombas molotov, que secuestren personas, que allanen moradas u oficinas que persigan y maten cubiertos con un paliacate. La violencia se vale cuando está arropada por una causa políticamente correcta. Por eso brincan de un lado a otro.

Cinismo impune. De las tretas del antecesor recordemos sólo el autoatentado como culminación de un estilo. Pero ¿cuáles fueron las consecuencias? Balazos, falsedad de declaraciones, un muerto y el PRI premia al ex Gobernador Murat. En las elecciones se aplican las mismas fórmulas de compra de voto que creíamos en proceso de extinción: presión sobre los medios, regalos a discreción, etc. Hoy son los "guardias blancas" de Ruiz. La mancuerna Murat-Ruiz se burla del país y el priismo sale a cobijarlos. El nuevo virrey oaxaqueño se lanza contra el diario Noticias con las peores mañas y actos ilegales. Pero nada ocurre. Se sale con la suya. En México todavía hay espacio para los cínicos. Y ahora sus colegas gobernadores lo defienden: los movimientos sociales no deben derrocar gobernadores. Se ponen en la misma categoría. ¡Genial!

Miedo a ejercer la autoridad. Lo llaman "Síndrome del 68", pero quizá el asunto va más allá. Por los números pareciera que un buen grupo de mexicanos sólo quiere la parte amable del pacto democrático. Aquélla en que sólo se exigen derechos, pero nada se dice de las obligaciones. La obligación fundacional de toda democracia es que los ciudadanos se someten a la ley que debe protegerlos. En México se rechaza el uso de la fuerza pública incluso cuando es evidente que daña a terceros. No queremos aceptar que hay un mandato de ley y que los gobernantes deben proceder de inmediato, están obligados a garantizar los derechos de cualquier ciudadano, no debe ser discrecional. Bloqueos de carreteras, tomas de aeropuertos, de universidades, vejaciones, linchamientos públicos, daños en propiedad ajena y nada ocurre. Se trata de un incentivo perverso. Mientras tanto la autoridad medita y negocia su obligación: garantizar el orden. Éstas son las consecuencias.

Pequeña violencia, gran violencia. ¿Quién fue el primero en ofender, en lanzar un escupitajo o una piedra? A estas alturas es difícil establecerlo. Fueron acaso los maestros hace años cuando cerraron por primera vez las calles para ser escuchados; fue quizá algún gobernador que le puso un "susto" a un líder; fue una pinta en la casa de un disidente. El encadenamiento no tiene fin. Queda claro que lo menos lleva a lo más. Hoy vemos las escenas: armas de ambos lados, tiros a lo loco que ya cegaron varias vidas. El encono, la rabia que puede perdurar no años, sino generaciones. Las democracias sólo se consolidan cuando hay un pacto de cero tolerancia a cualquier tipo de violencia. ¿Qué autoridad tiene un Gobernador que arma gente? ¿Qué autoridad tienen unos pseudolíderes que permiten y alientan la violencia como forma de lucha? ¿Demócratas? No, son bárbaros.

Verse en el espejo de Oaxaca espanta. Presumimos una democracia de postín cuando los cimientos están podridos. La violencia está entre nosotros. Está en la forma como los ciudadanos atropellan a otros ciudadanos; está en la inmadurez para acatar las normas que deben regirnos; está en la cómoda tolerancia de las autoridades; está en nuestra incapacidad de asombrarnos y aceptar un autoatentado o en el coqueteo con los subversivos. La responsabilidad es de todos. La barbarie ronda.
 
Federico Reyes Heroles, El Norte, 31 de octubre 2006


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