martes, agosto 29, 2006
La herencia simplista
Las campañas son un desfile de irresponsabilidades. De allí su mala fama. Los candidatos, sin excepción, prometen lo que con frecuencia saben impracticable. Las mentiras se convierten en moneda de cambio cotidiano. Ni hablar. Así es la política. Muchos lances discursivos apuntan al corazón del elector, no a la mente. De allí la incorregible demagogia. Por ese camino en las campañas se desnudan emociones populares, creencias que son usadas como carne de cañón de la guerra entre los políticos. Las emociones se convierten en mercancía. El 2006 AMLO exacerbó a un México dividido, de odios ancestrales, añorante de un caudillo y brutalmente premoderno.
De entrada lo más notable fue el simplismo. Con ocho años de escolaridad promedio, el simplismo sigue siendo una amenaza. Los planteamientos elaborados están en desventaja. Ese país de simplismos no irá muy lejos. A pesar de que más del 80 por ciento de la población se autodefine como clase media, la tajante división discursiva entre "pobres y ricos" prendió en muchos. En una fuga hacia un pasado discursivo ya remoto, medio siglo, en cuestión de meses "los ricos" se convirtieron en la explicación central de la pobreza. En el fondo del discurso de AMLO acabar con "los ricos" era la solución. En un acto de auténtica persecución llegamos a tener las listas de los "ricos" culpables de nuestras desgracias. Lo mismo ocurrió con el concepto de "la derecha" para señalar a un ogro capaz de las peores trapacerías. En un país de verdaderas libertades que alguien se defina como de derecha no sería afrenta, ni pecado, es una forma más de interpretar al mundo a la cual cualquiera tiene derecho y ya. Estigmatizar la expresión es un acto tan cavernario como perseguir "comunistas" o curas.
Pero López Obrador no sólo logró convencer a mexicanos de escasa instrucción, también apoyaron sus mociones personas que uno supondría informadas. ¿Cómo fue que cayeron en el simplismo provocador? El discurso llegó a sus corazones sin pasar por la cabeza. Las medidas justicieras de AMLO no tenían sustento. La "eliminación" de los ricos no genera más bienestar para los desamparados. Por el contrario, espantar a los capitales sí empobrece a los más pobres. Cualquier cabeza medianamente informada sabe que arribar a la justicia social supone un largo camino que atraviesa forzosamente por varios requisitos insalvables.
No puede haber justicia social en un país carente de un sistema fiscal generalizado y progresivo. ¿Qué se propuso al respecto? Peor aun, la justicia social es imposible cuando la mitad de la economía es informal, informalidad que fue defendida a capa y espada como un hecho social resultado de la injusticia y no provocador de ella. El mundo al revés. El empleo y la educación son las otras grandes herramientas para lograr mayor igualdad. Pero para generar empleos en un mundo global se necesita flexibilidad laboral, no rigidez. Modificar la Ley Federal del Trabajo para lograr mayor flexibilidad hubiera sido, ésa sí, una medida de avanzada a favor de los más pobres. La simple mención del asunto era vista como anatema. Un país sin un sistema de pensiones generalizado y sólido nunca alcanzará buenos niveles de justicia. Sin un andamiaje de pensiones amplio y fuerte, es imposible incrementar el ahorro interno. Sin ahorro interno es imposible prosperar. Nada se propuso al respecto. Todo ese lenguaje suena a "tecnocracia" y la tecnocracia es la que "vendió" al país. Todo se soluciona entonces con llevar al paredón a cuatro o cinco ricos. Ésa fue la fórmula mágica de justicia súbita.
Una de las posturas más retrógradas del discurso de la izquierda es la que sigue poniendo a la propiedad de los recursos naturales como la gran fuente de progreso y justicia. Si así fuera México debiera ser un paraíso terrenal. Pero no es así. ¿Cómo explicarlo? En energía hemos seguido el recetario estatista al pie de la letra y la desigualdad sigue galopando. ¿No estaremos haciendo algo mal? Cómo explicar que naciones con menos recursos naturales han logrado niveles de bienestar e igualdad muy superiores a los nuestros. No tendrá algo que ver la eficiencia de las empresas. ¿Qué se dijo al respecto? Nada. Predominó el dogma del nacionalismo trasnochado.
La justicia social hoy cruza por muchas pistas. Por ejemplo, en la sociedad del conocimiento la educación básica es el gran condicionante, más de 13 años es el reto. Si queremos mayor justicia social tenemos que retomar a la educación como eje. México no podrá ser más justo mañana cuando alrededor de 30 por ciento de los jóvenes de 15 años ya no asisten a la escuela. ¿Cuál fue la propuesta "progresista" al respecto? Una más, sin acceso generalizado a la red , las desigualdades entre los mexicanos no sólo se perpetuarán sino que incluso podrían agravarse. Extender la red es un asunto de justicia social.
Finalmente, la palabra prohibida en el discurso de cierta izquierda mexicana: productividad. El término suena burgués, es muy utilizado por los "tecnócratas", luego debe de encerrar algo malo. Es cierto, la productividad es un requisito de éxito impuesto por el mundo global sin demasiadas amabilidades. Pero la productividad también es la única fórmula para hacer que el "pastel" crezca. Más justicia social sólo se logra con mayor productividad.
Simplismos, desinformación, dogmas y mercadeo de los odios, ésa es la herencia.
De entrada lo más notable fue el simplismo. Con ocho años de escolaridad promedio, el simplismo sigue siendo una amenaza. Los planteamientos elaborados están en desventaja. Ese país de simplismos no irá muy lejos. A pesar de que más del 80 por ciento de la población se autodefine como clase media, la tajante división discursiva entre "pobres y ricos" prendió en muchos. En una fuga hacia un pasado discursivo ya remoto, medio siglo, en cuestión de meses "los ricos" se convirtieron en la explicación central de la pobreza. En el fondo del discurso de AMLO acabar con "los ricos" era la solución. En un acto de auténtica persecución llegamos a tener las listas de los "ricos" culpables de nuestras desgracias. Lo mismo ocurrió con el concepto de "la derecha" para señalar a un ogro capaz de las peores trapacerías. En un país de verdaderas libertades que alguien se defina como de derecha no sería afrenta, ni pecado, es una forma más de interpretar al mundo a la cual cualquiera tiene derecho y ya. Estigmatizar la expresión es un acto tan cavernario como perseguir "comunistas" o curas.
Pero López Obrador no sólo logró convencer a mexicanos de escasa instrucción, también apoyaron sus mociones personas que uno supondría informadas. ¿Cómo fue que cayeron en el simplismo provocador? El discurso llegó a sus corazones sin pasar por la cabeza. Las medidas justicieras de AMLO no tenían sustento. La "eliminación" de los ricos no genera más bienestar para los desamparados. Por el contrario, espantar a los capitales sí empobrece a los más pobres. Cualquier cabeza medianamente informada sabe que arribar a la justicia social supone un largo camino que atraviesa forzosamente por varios requisitos insalvables.
No puede haber justicia social en un país carente de un sistema fiscal generalizado y progresivo. ¿Qué se propuso al respecto? Peor aun, la justicia social es imposible cuando la mitad de la economía es informal, informalidad que fue defendida a capa y espada como un hecho social resultado de la injusticia y no provocador de ella. El mundo al revés. El empleo y la educación son las otras grandes herramientas para lograr mayor igualdad. Pero para generar empleos en un mundo global se necesita flexibilidad laboral, no rigidez. Modificar la Ley Federal del Trabajo para lograr mayor flexibilidad hubiera sido, ésa sí, una medida de avanzada a favor de los más pobres. La simple mención del asunto era vista como anatema. Un país sin un sistema de pensiones generalizado y sólido nunca alcanzará buenos niveles de justicia. Sin un andamiaje de pensiones amplio y fuerte, es imposible incrementar el ahorro interno. Sin ahorro interno es imposible prosperar. Nada se propuso al respecto. Todo ese lenguaje suena a "tecnocracia" y la tecnocracia es la que "vendió" al país. Todo se soluciona entonces con llevar al paredón a cuatro o cinco ricos. Ésa fue la fórmula mágica de justicia súbita.
Una de las posturas más retrógradas del discurso de la izquierda es la que sigue poniendo a la propiedad de los recursos naturales como la gran fuente de progreso y justicia. Si así fuera México debiera ser un paraíso terrenal. Pero no es así. ¿Cómo explicarlo? En energía hemos seguido el recetario estatista al pie de la letra y la desigualdad sigue galopando. ¿No estaremos haciendo algo mal? Cómo explicar que naciones con menos recursos naturales han logrado niveles de bienestar e igualdad muy superiores a los nuestros. No tendrá algo que ver la eficiencia de las empresas. ¿Qué se dijo al respecto? Nada. Predominó el dogma del nacionalismo trasnochado.
La justicia social hoy cruza por muchas pistas. Por ejemplo, en la sociedad del conocimiento la educación básica es el gran condicionante, más de 13 años es el reto. Si queremos mayor justicia social tenemos que retomar a la educación como eje. México no podrá ser más justo mañana cuando alrededor de 30 por ciento de los jóvenes de 15 años ya no asisten a la escuela. ¿Cuál fue la propuesta "progresista" al respecto? Una más, sin acceso generalizado a la red , las desigualdades entre los mexicanos no sólo se perpetuarán sino que incluso podrían agravarse. Extender la red es un asunto de justicia social.
Finalmente, la palabra prohibida en el discurso de cierta izquierda mexicana: productividad. El término suena burgués, es muy utilizado por los "tecnócratas", luego debe de encerrar algo malo. Es cierto, la productividad es un requisito de éxito impuesto por el mundo global sin demasiadas amabilidades. Pero la productividad también es la única fórmula para hacer que el "pastel" crezca. Más justicia social sólo se logra con mayor productividad.
Simplismos, desinformación, dogmas y mercadeo de los odios, ésa es la herencia.
Federico Reyes Heroles, El Norte