domingo, abril 16, 2006
Francia: 68 al revés
Isabel Turrent, El Norte
Francia: 68 al revés
Durante semanas, decenas de miles de estudiantes -y miembros de los poderosos sindicatos- tomaron la calle en diversas ciudades francesas. Trabajadores de correos y transportes, entre otros, se unieron a las protestas callejeras y semiparalizaron Francia. Las manifestaciones buscaron reproducir a las de 1968: los estudiantes copiaron los lemas y tácticas del 68, y emprendieron sus marchas desde los mismos bastiones que ocuparon sus predecesores hace casi 40 años. La similitud entre los dos movimientos es, sin embargo, tan sólo una ilusión óptica y artificial, resultado del uso y del abuso de los símbolos de antaño. El de 06 fue un movimiento opuesto al de 68.
Los manifestantes franceses que tomaron las calles protestaban en contra de una tibia iniciativa de ley propuesta por el Primer Ministro Dominique de Villepin para reducir el desempleo abrumador que priva en el país -9.5 por ciento- y que afecta principalmente a los jóvenes, entre los cuales la tasa de desocupados es aún más alta: alrededor del 23 por ciento. Entre ellos, los más afectados son los habitantes de los barrios suburbanos pobres, los tristemente famosos banlieues, poblados de hijos de inmigrantes, que escenificaron los motines que dejaron una estela de destrucción en varias ciudades de Francia a fines del 2005.
Se calcula que casi 50 por ciento de estos jóvenes, mal calificados, que no pueden incorporarse al mercado de trabajo ni asimilarse a la sociedad francesa, está desempleado. La propuesta de De Villepin, llamada Contrato de Primer Empleo o CPE, proponía que los menores de 26 años pasaran un periodo de "prueba" laboral de dos años, después de los cuales podían ser despedidos si no llenaban los requisitos necesarios para conservar su empleo.
El Primer Ministro buscaba abrir una oportunidad, al menos, a los jóvenes desempleados, pero su iniciativa padeció cuatro graves problemas: el modo, el momento, la cortedad de miras y la ignorancia o desprecio de la atmósfera pública del país. De Villepin es famoso por sus modos imperiosos -esta vez le dio la vuelta al parlamento y a la negociación con los sindicatos- y su propuesta se dio demasiado cerca de las elecciones presidenciales del 2007 y se contaminó del clima de precampaña política que priva en el país. En tercer lugar, Francia necesita mucho más que el CPE para flexibilizar el mercado de trabajo escindido entre los empleados, una aristocracia trabajadora que goza de todas las prerrogativas posibles y una masa de desempleados. Por último, De Villepin no supo medir el clima que priva entre amplios sectores de la ciudadanía.
Como en México, un altísimo porcentaje de la opinión pública francesa vive prendido de modelos anclados en formas de gobernar anacrónicas: la "identidad de la nación" está ligada a la idea de un Estado interventor, fuerte y benefactor. Un Estado que derrama subsidios costosísimos, protege a los ciudadanos a costa de déficits presupuestales crecientes y establece barreras proteccionistas para defender la economía, desde la subsidiadísima agricultura (que pagan, entre otros, los alemanes), hasta las grandes empresas (muchas de las cuales son, paradójicamente, protagonistas exitosas en el mundo globalizado). Los franceses tienen una aversión inexplicable, muy parecida a la nuestra, al "mercado", pero se benefician de él, y blanden una ideología "progresista", siendo profundamente conservadores.
Los estudiantes que ocuparon el corazón de París en 1968 escenificaron una revolución libertaria, que desafiaba la complacencia y los viejos valores de sus padres; los que marcharon por las calles parisienses en los últimos días encabezaron un movimiento conservador y miope que busca todo lo contrario al de 68: mantener un status quo que reduce día a día el pastel de la riqueza nacional, y que pretende disfrutar, en contra de la realidad económica que viven los jóvenes franceses de hoy, del modo de vida y los privilegios económicos de sus padres. Por ejemplo, una semana laboral de 35 horas, empleos seguros, jubilaciones tempranas y un altísimo y envidiable nivel de vida. Muchos de ellos, logros de la generación del 68, por cierto.
Desafortunadamente, el balance de aquel movimiento tiene una cara negativa que ha desembocado en un crecimiento económico insuficiente y que ha colocado a Francia en una situación desventajosa frente a la globalización. La generación de 1968 ha legado a sus hijos una economía poco competitiva, con sindicatos poderosísimos capaces de detener cualquier intento de reforma, una mentalidad pro estatista con pocos matices, un rígido mercado de trabajo y un ejército de desempleados.
Francia es una prueba más de que ni siquiera un país tan rico -la quinta economía mundial- puede sostener un Estado benefactor como el que preside al país. En Francia -como en México- refugiarse en modelos económicos anacrónicos y rechazar un programa de reformas para promover el crecimiento y dar competitividad a la economía es condenarse a un rezago creciente. Los estudiantes franceses se colocaron, esta vez, del lado equivocado de las barricadas.
iturrent@yahoo.com
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Aprendamos de las experiencias de otros pueblos para no caer en los mismos errores. Lo que se requiere es flexibilizar las leyes laborales, que las contrataciones sean mas dinamicas, para poder competir en este mundo globalizado. Pero a los populistas y demagogos esto les parece una locura.
Dany Osiel Portales CastroMonterrey, NL, México
Francia: 68 al revés
Durante semanas, decenas de miles de estudiantes -y miembros de los poderosos sindicatos- tomaron la calle en diversas ciudades francesas. Trabajadores de correos y transportes, entre otros, se unieron a las protestas callejeras y semiparalizaron Francia. Las manifestaciones buscaron reproducir a las de 1968: los estudiantes copiaron los lemas y tácticas del 68, y emprendieron sus marchas desde los mismos bastiones que ocuparon sus predecesores hace casi 40 años. La similitud entre los dos movimientos es, sin embargo, tan sólo una ilusión óptica y artificial, resultado del uso y del abuso de los símbolos de antaño. El de 06 fue un movimiento opuesto al de 68.
Los manifestantes franceses que tomaron las calles protestaban en contra de una tibia iniciativa de ley propuesta por el Primer Ministro Dominique de Villepin para reducir el desempleo abrumador que priva en el país -9.5 por ciento- y que afecta principalmente a los jóvenes, entre los cuales la tasa de desocupados es aún más alta: alrededor del 23 por ciento. Entre ellos, los más afectados son los habitantes de los barrios suburbanos pobres, los tristemente famosos banlieues, poblados de hijos de inmigrantes, que escenificaron los motines que dejaron una estela de destrucción en varias ciudades de Francia a fines del 2005.
Se calcula que casi 50 por ciento de estos jóvenes, mal calificados, que no pueden incorporarse al mercado de trabajo ni asimilarse a la sociedad francesa, está desempleado. La propuesta de De Villepin, llamada Contrato de Primer Empleo o CPE, proponía que los menores de 26 años pasaran un periodo de "prueba" laboral de dos años, después de los cuales podían ser despedidos si no llenaban los requisitos necesarios para conservar su empleo.
El Primer Ministro buscaba abrir una oportunidad, al menos, a los jóvenes desempleados, pero su iniciativa padeció cuatro graves problemas: el modo, el momento, la cortedad de miras y la ignorancia o desprecio de la atmósfera pública del país. De Villepin es famoso por sus modos imperiosos -esta vez le dio la vuelta al parlamento y a la negociación con los sindicatos- y su propuesta se dio demasiado cerca de las elecciones presidenciales del 2007 y se contaminó del clima de precampaña política que priva en el país. En tercer lugar, Francia necesita mucho más que el CPE para flexibilizar el mercado de trabajo escindido entre los empleados, una aristocracia trabajadora que goza de todas las prerrogativas posibles y una masa de desempleados. Por último, De Villepin no supo medir el clima que priva entre amplios sectores de la ciudadanía.
Como en México, un altísimo porcentaje de la opinión pública francesa vive prendido de modelos anclados en formas de gobernar anacrónicas: la "identidad de la nación" está ligada a la idea de un Estado interventor, fuerte y benefactor. Un Estado que derrama subsidios costosísimos, protege a los ciudadanos a costa de déficits presupuestales crecientes y establece barreras proteccionistas para defender la economía, desde la subsidiadísima agricultura (que pagan, entre otros, los alemanes), hasta las grandes empresas (muchas de las cuales son, paradójicamente, protagonistas exitosas en el mundo globalizado). Los franceses tienen una aversión inexplicable, muy parecida a la nuestra, al "mercado", pero se benefician de él, y blanden una ideología "progresista", siendo profundamente conservadores.
Los estudiantes que ocuparon el corazón de París en 1968 escenificaron una revolución libertaria, que desafiaba la complacencia y los viejos valores de sus padres; los que marcharon por las calles parisienses en los últimos días encabezaron un movimiento conservador y miope que busca todo lo contrario al de 68: mantener un status quo que reduce día a día el pastel de la riqueza nacional, y que pretende disfrutar, en contra de la realidad económica que viven los jóvenes franceses de hoy, del modo de vida y los privilegios económicos de sus padres. Por ejemplo, una semana laboral de 35 horas, empleos seguros, jubilaciones tempranas y un altísimo y envidiable nivel de vida. Muchos de ellos, logros de la generación del 68, por cierto.
Desafortunadamente, el balance de aquel movimiento tiene una cara negativa que ha desembocado en un crecimiento económico insuficiente y que ha colocado a Francia en una situación desventajosa frente a la globalización. La generación de 1968 ha legado a sus hijos una economía poco competitiva, con sindicatos poderosísimos capaces de detener cualquier intento de reforma, una mentalidad pro estatista con pocos matices, un rígido mercado de trabajo y un ejército de desempleados.
Francia es una prueba más de que ni siquiera un país tan rico -la quinta economía mundial- puede sostener un Estado benefactor como el que preside al país. En Francia -como en México- refugiarse en modelos económicos anacrónicos y rechazar un programa de reformas para promover el crecimiento y dar competitividad a la economía es condenarse a un rezago creciente. Los estudiantes franceses se colocaron, esta vez, del lado equivocado de las barricadas.
iturrent@yahoo.com
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Aprendamos de las experiencias de otros pueblos para no caer en los mismos errores. Lo que se requiere es flexibilizar las leyes laborales, que las contrataciones sean mas dinamicas, para poder competir en este mundo globalizado. Pero a los populistas y demagogos esto les parece una locura.
Dany Osiel Portales CastroMonterrey, NL, México