domingo, mayo 21, 2023
La corte no es oposición
Sinceramente incomprensible. El momento es histórico porque se está poniendo a examen el "sistema de pesos y contrapesos" del poder político mexicano, del que hablaban con realismo los famosos Padres fundadores de los Estados Unidos, Jefferson, Hamilton, Jay, etcétera.
Y mientras en el Senado de los Estados Unidos se analiza el peligro social de la inteligencia digital, y los controles a la famosa herramienta ChatGPT; justo en esa semana el presidente del Senado mexicano enloquece por unos WhatsApp. Inteligencia artificial allá, estupidez real acá.
¿Hizo bien o mal la ministra Piña al mandar mensajitos por su teléfono a un senador? Ella tiene opiniones personales que puede externar, y otras que se debe guardar. ¿Amenazó la presidenta de la Corte con esos textos? Jamás. ¿Presionó? Claro que no. ¿Para votar qué asunto presionaría si el Congreso está en receso y la mayoría de Morena son lacayos del Presidente?
La alharaca senatorial es un teatro lambiscón para que lo tomen en cuenta a la hora del reparto de huesos. Ruido al dedo presidencial.
La consigna del Presidente es el conflicto, escándalo, estridencia, condenar al pasado como pretexto para incumplirle al futuro; y destrozar al que piensa diferente. Esa partitura de la abyección el presidente del Senado la ejecutó al pie de la letra.
"¡Brinca!", le ordenan y él salta lo más alto que puede. "¡Siéntate!", obedece y acomoda sus posaderas. "¡El INAI no le gusta al patrón!", él, solícito, ya tiene lista la iniciativa para desaparecerlo. "¡Declara, ya, quórum legal para aprobar lo que ordena el Presidente y traslada la sesión a la antigua sede de Xicoténcatl!", rapidísimo lo ejecuta sin chistar.
Ricardo Monreal le enseñó que "vivir fuera de Palacio Nacional es vivir en el error"; y como sus principios, con los que puede ver a sus hijos a la cara, eran "monrealistas", pues ahora a enmendar rápido el camino y ya tiene un retrato con Claudia Sheinbaum.
El fondo de esa prostitución personal es otro. Está en juego el modelo de Gobierno en dos sentidos: primero, una larga crisis de la forma de Gobierno clásica de los tres poderes de Montesquieu, Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Hay poderes no controlados democráticamente: sindicatos, dueños de medios, tecnología, energía, recursos naturales, salud. ¿Quién tiene más poder, un alcalde o un concesionario de minas?, ¿un congresista o un dueño de una plataforma digital?
Y segundo, en esa República en crisis el Ejecutivo de la Unión, al entenderse como único y personal "repartidor" del bienestar, quiere ocupar el espacio de ejercicio de los otros dos poderes "que no hacen nada", sólo estorban la labor presidencial "altruista" de dizque "devolverle al pueblo lo robado".
Por lo tanto, el Presidente no acepta que "controlar la constitucionalidad" de todos los actos es lo más democrático, soberano e igualador que existe. Democrático en el sentido constitucional, profundo y cardiológico de un sistema de mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.
Por ejemplo, una sentencia de un juez que ordena dar medicamentos a un niño. No el concepto democrático epidérmico de acomodo del poder, ese que se contenta con sólo depositar un voto en una casilla o, incluso, elegir a los ministros de la Corte.
La democracia no es votar por jueces, sino que un niño indígena de Michoacán tenga abierta la posibilidad de ser juez, doctor o acceder a la inteligencia digital. Controlar la constitucionalidad de los actos del Gobierno es revisar si los programas sociales obradoristas sólo son atole con el dedo a ese niño. Es verificar si una ley es voluntad general y no agandalle.
Por eso la Corte no debe ser cortesana, ni del Presidente, ni de bandería partidista. La Corte no es oposición. Tarde o temprano la Corte en algunos asuntos le dará la razón al Presidente y no traicionará su esencia. La oposición debe juzgar y condenar la mediocridad de la 4T. No Norma Piña. La Corte sólo debe garantizar que vivimos, sin distingos ni privilegios, en una República, no con un rey.
Germán Martínez Cázares