lunes, julio 04, 2022
Oropel Olmeca
Vistoso, pero con poco valor. Brillante, pero sin sustancia. Algo que parece oro, pero en realidad es de latón. Así, la refinería Olmeca en Dos Bocas y su reciente "inauguración". Otro proyecto insignia con los mismos vicios de antaño, reproducidos y revisitados. Como la barda perimetral del difunto aeropuerto de Texcoco, como la vilipendiada Estela de Luz, como el inacabado Tren México-Toluca, como el Paso Express, como el AIFA.
México plagado de obras mal planeadas, sin proyectos ejecutivos, sin análisis costo-beneficio, sin manifestaciones de impacto ambiental, sin estimación realista de los costos. México pagando el precio de políticos ambiciosos, pero inescrupulosos que construyen monumentos a sí mismos, pero se los cobran al erario. Millones de contribuyentes y ciudadanos pagando edificaciones hechas para presumir, no para funcionar.
AMLO no es el primer Presidente en transformar la obra pública en un instrumento político. Sólo lo hace con más talento, más ahínco y más desvergüenza. La permanente popularidad de AMLO es producto de palabras y piedras, de promesas y pilares, de consultas y caminos. Conferencia matutina tras conferencia matutina, inauguración tras inauguración, el Presidente nutre el aplausómetro.
Al estrenar obras, López Obrador es percibido como alguien que hace algo por el País en vez de tan sólo ordeñarlo. Con Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya, el Presidente manda múltiples mensajes. Crea la narrativa cotidiana de que la derecha roba y la izquierda cumple. Crea la impresión de una alianza estratégica que beneficia a los oligarcas -como Carlos Slim- dispuestos a ser complacientes y obedientes. Mantiene viva la gran mentira de la eficiencia lopezobradorista, financiada con la austeridad republicana.
Cada inauguración condensa teatralidad y espectacularidad, presidencialismo performativo y Gobierno operativo, cumplimiento y aspaviento. Para AMLO, inaugurar es una forma de gobernar. Presumir es una manera de cumplir. Escenificar es una condición necesaria para manipular.
Para este Gobierno no importa si la obra inaugurada funciona. Basta con decir que algún día lo hará. Enfatizando que Dos Bocas está a punto de arrancar, cuando no iniciará operaciones regulares hasta 2023, según un estudio del IMCO. Eludiendo hablar del problema de los sobrecostos, y cómo podrían elevarse entre 38 y 50 por ciento más de lo estipulado en el presupuesto original de 8 mil millones de dólares. Evadiendo las preguntas sobre los contratos otorgados a amigos y compadres de Rocío Nahle. Ignorando los compromisos de transparencia que todo Gobierno democrático debería cumplir, porque la obra fue desarrollada por una filial de Pemex que no está obligada a proveer información pública. Desechando los estudios que muestran cómo las refinadoras globales invertirán 150 millones de dólares en medidas de descarbonización durante la próxima década.
Mientras el mundo comienza a replantear el modelo de negocio de la refinación de crudo, México se recubre de oropel olmeca. Mientras los jugadores exitosos se adaptan a la transición energética, la 4T se vanagloria de despreciarla.
Habrá quienes crean que todo lo que brilla es oro, y aceptarán el engaño, jugarán el juego, caerán en la trampa que este Gobierno les tendió. Pero ojalá que quienes se suman a la celebración de Dos Bocas voltearan a ver lo que está pasando con la refinación en el País. Ojalá supieran que el negocio de la refinación y la petroquímica ha reportado pérdidas acumuladas por (-)1.28 billones de pesos entre 2011-2021, y sólo en este último año, las pérdidas fueron de (-)219.8 mil millones de pesos.
La refinería Olmeca sólo sumará a esta tendencia negativa; sólo acentuará el patrón de perjuicios. Y esto sucederá porque López Obrador dio la orden de construir sin analizar, edificar sin valorar, echar a andar en medio de un manglar, orientar partidas presupuestales sin vigilancia o control.
Entre 2019 y 2022 el Gobierno destinó 175.8 miles de millones de pesos a una refinería que jamás cumplirá con lo ofrecido, jamás refinará lo estimado, jamás será la palanca de desarrollo prometida. La 4T gastó 6.4 más en una edificación ególatra que la Secretaría de Salud en hospitales. Tan simple, tan sencillo, y tan brutal: qué mal nos ha ido con el amor de oropel.
Denise Dresser