viernes, mayo 06, 2022

 

¿El principio del fin?

En los viejos regímenes priistas el ápice del poder presidencial ocurría durante el cuarto año de Gobierno y principios del quinto. A estas alturas había varios tapados. Y como bien decía Fidel Velázquez: el que se mueve no sale en la foto.

 

Quienes se oponían al Presidente ya habían sido silenciados, renunciados u ocupaban diversas embajadas. El narco, Ejército y los servicios de seguridad bien portaditos buscaban el favor de quien llegara. La robadera todavía era discreta. Y el Tlatoani-Presidente sólo escuchaba alabanzas.

 

En esta etapa, "El Presidente" todavía se escribía en mayúsculas, sin adjetivos incómodos. Poca crítica, y un poder tan inmenso sobre los siguientes seis años, que el inquilino de Palacio se la creía. Pensaba poder controlar a su sucesor, proteger a su familia, ser admirado incondicionalmente dentro y fuera.

 

Pero a partir del destape siempre seguía el desfonde. Desde Plutarco Elías Calles la lógica de la pérdida del poder fue la misma. El infalible comenzaba largo descenso, inclusive hasta acabar en el exilio, luego de patética huelga de hambre, en humilde choza. Y lo curioso es que todo Presidente, incluyendo el actual, todavía acaba pensando que eso sólo le ocurre a otros. Yo soy diferente. El pueblo me acaba de validar...

 

En esta edición de la transición hay priistas marca Echeverría-López Portillo en el Gabinete y en la Silla Principal. Ésta es una película que ya vivieron en carne propia. Deberían entender lo que ocurre, los tiempos, las consecuencias. Pero el poder embruja y los tiempos cambian. El final se adelantó. Y esto tiene implicaciones para tu seguridad y la de tu familia.

 

Antes el narco y el crimen organizado pedían permiso, pagaban, rogaban. Bien sabían que, sin la anuencia del Estado, especialmente "El General" de la región, el Gobernador, y la Dirección Federal de Seguridad, no sobrevivían.

 

Pero en la medida que crecía su poder económico y político, los narcos se volvieron socios de familiares presidenciales y de Secretarios. Empezaron los asesinatos de cardenales, policías, militares, políticos y candidatos. El País empezó a verter ríos de sangre. Y Secretarios, Gobernadores, altos rangos de seguridad, transitaron de jefes a socios a empleados.

 

Hoy un Estado maniatado no puede siquiera arrestar a un narco junior sin veto. No puede proteger a mujeres ni a sus fuerzas de seguridad. La decisión de plata o plomo ya no la monopoliza El Presidente; ya se descentralizó a grupos cada vez más violentos.

 

Con múltiples abrazos, y pactos, y videos familiares incriminantes, ya se disipó gran parte del poder presidencial, pre-sucesión. Ya se pre-exhibe, públicamente, la profunda corrupción en los niveles más altos de la procuración de la justicia, de la milicia, de la oficina presidencial y de La Tremenda Corte. Y cada mañana... silencio, chistecitos, distracciones, acusaciones cada vez más inverosímiles. Ante tal debilidad, en muchos Estados se le pide al narco permiso para destapar. Y si no, el flamante candidato acaba en triste entierro.

 

Es tradicional que la violencia, la criminalidad y la corrupción se acentúen tras el destape. Quienes quedaron fuera ya no arriesgan el pellejo; quienes van a quedar todavía no tienen el poder. Es tradicional que en el último año se acrecienten secuestros, robos, asesinatos, protestas. Pero nunca hemos vivido un destape tan adelantado.

 

De por sí, ya no se puede transitar sin permiso a varias regiones, a infinidad de presidencias municipales, so pena de desaparecer o de acabar en una cisterna afuera de un motel. Nada se persigue, nada se esclarece, todo se niega en interminables cantinflescas mañaneras.

 

Y lo triste es que, igual que sus antecesores, el cada vez más pequeño y aislado grupo que se resguarda tras las barricadas de Palacio todavía se la cree. Piensan que son adorados, que seguirán teniendo apoyo y respeto, que sus interminables distracciones, amenazas, ofuscaciones no tienen ya graves consecuencias.

 

No entienden, aún, las consecuencias de haber adelantado irremediablemente la sucesión. Ya vivimos esta película priista con Echeverría, López Portillo, Salinas. Pero en estos casos la función duró meses, no años.

 

Juan Enríquez Cabot

 


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