domingo, mayo 27, 2018

 

Una democracia iliberal

Los debates entre los candidatos a una elección presidencial sirven en todas partes. Son instrumentos políticos muy útiles para medir las cualidades que le servirán al político en campaña para gobernar bien, si gana.

 

Según un interesante artículo de John Dickerson en The Atlantic, como parte de la campaña los debates ayudan a evaluar el talento administrativo del candidato, cuál es su agenda, si está rodeado de equipos inteligentes y preparados para la transición de la campaña al poder, atisbos de que será eficaz en el Gobierno (si tendrá paciencia para enfrentar el complejo y aburrido arte de gobernar), y el temple del candidato.

 

Asunto fundamental porque -dice Dickerson citando a un asesor del último Presidente Bush- "la Presidencia no forma el carácter, lo revela".

 

Meade y Anaya cumplieron con algunos de esos requisitos y fallaron en otros, pero los dos se prepararon para un ejercicio democrático. López Obrador, que después del debate sigue siendo el puntero, reprobó en todos y mostró una vez más que no tiene un temple democrático.

 

Es tan iliberal y autoritario que cree que un debate entre candidatos a un puesto de elección popular es una emboscada. Una "trampa" del INE (me imagino que en colusión con la "mafia del poder") para "apabullarlo". Se atrincheró en su podio, y desde ese espacio, no pudo o no quiso contestar una sola pregunta.

 

Los millones que frente al televisor esperábamos que esclareciera su posición frente al TLC, a la defensa de los migrantes y al lugar de México en el mundo.

 

Vimos a un candidato rígido, que no puede hilar respuestas, y que ha dedicado todo su tiempo y energía para llegar al poder, pero no se ha preparado para ejercerlo con eficacia. Su única propuesta es él mismo.

 

Cree genuinamente que encarna la esencia de la Nación -al "pueblo bueno"- y alimenta el mito insostenible de que su sola presencia en el poder resolverá todos los problemas de México, desde la pobreza, hasta la inseguridad y la corrupción.

 

Si gana la elección entraremos de lleno a la postmodernidad política: al exclusivo club de las democracias iliberales y sus líderes populistas indispensables.

 

Al club de la Rusia de Putin, y su "democracia dirigida"; al de Orban, el líder húngaro y su "democracia cristiana", y, por qué no, a la oligarquía racista y misógina de Trump, disfrazada de democracia.

 

López Obrador enterraría la mejor herencia de Juárez: la convicción liberal y sus instituciones, y la separación de la Iglesia y el Estado.

 

Morena y sus aliados pueden ganar una mayoría de Diputados (entre 236 y 298 del total, según las últimas encuestas). El Partido Encuentro Social, que forma parte de la coalición que apoya a AMLO, tendría más Diputados: no hay Estado laico que pueda sobrevivir a la imposición de la agenda de un partido confesional, misógino y homófobo como el PES.

 

El Estado laico se debilitaría también con la Constitución "moral" que López Obrador pretende promulgar y las consultas populares que decidirían la supuesta validez de los derechos de las mujeres y las minorías.

 

Los derechos humanos son inalienables. Sólo un político autoritario y obsesionado por el control, como López Obrador, puede pensar que una consulta popular puede privar legítimamente a un grupo de ciudadanos de sus derechos. Benito Juárez debe estar revolcándose en su tumba.

 

La democracia iliberal de AMLO debilitaría también a uno de los principales contrapesos al poder en una democracia plena: la sociedad civil y sus organizaciones.

 

Todos los líderes iliberales, desde Turquía hasta Estados Unidos, se han buscado un enemigo conveniente (inmigrantes, los liberales, la Unión Europea, los progresistas). Enemigos útiles para dividir y polarizar a la ciudadanía -la pasión da más votos que la razón- y para culparlos cuando sus proyectos naufragan.

 

Sólo el Sagrado Corazón de Jesús sabe por qué López Obrador ha ignorado al verdadero enemigo que enfrentamos -Donald Trump- y ha optado por construirse un enemigo interno. La "mafia del poder" -que al parecer somos todos menos él- que incluye a todos sus críticos liberales y a los empresarios privados que generan riqueza y empleo.

 

Si gana, vamos a vivir en una democracia iliberal que puede también destruir la economía.

 

Isabel Turrent


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