domingo, septiembre 14, 2025

 

La miasma del poder

No sorprende que el régimen instaurado en México en 2018 haya incurrido en actos dirigidos a satisfacer a sus operadores y fieles. En toda revolución de carácter ideológico (dura o blanda) acaudillada por un líder carismático ha ocurrido lo mismo. Lo que sorprende es la magnitud y naturaleza de las prebendas así como la identidad y el modus oper-andi (llamémoslo así) de los prebendados. Se alzaron con el país.

 

Max Weber estudió esta pauta con objetividad sociológica. Criticó a los demagogos de su tiempo, profetas de la revolución que anunciaban un futuro radiante y, para apresurarlo, cualquier medio les parecía legítimo. Pero esa convicción subjetiva sobre el valor absoluto de sus fines -decía Weber- no justificaba ni santificaba el irresponsable desdén sobre las consecuencias objetivas de sus medios. Y las consecuencias eran siempre devastadoras, no solo por el carácter intrínsecamente destructivo de esos movimientos, sino por la dinámica que se establece entre el líder y su "séquito triunfante".

 

Al respecto, hay en Weber unos párrafos que nos vienen "como anillo al dedo":

 

 

"Quien quiera imponer sobre la tierra la justicia absoluta valiéndose del poder necesita para ello seguidores, un 'aparato' humano. Para que éste funcione el líder tiene que ponerle ante los ojos los necesarios premios internos y externos [...] Como premio interno debe alentar la satisfacción del odio y del deseo de revancha y, sobre todo, del resentimiento [...] colmar la necesidad de difamar al adversario y de acusarle de herejía. Como premios externos debe ofrecer la aventura, el triunfo, el botín, el poder y las prebendas.

 

"El jefe depende por entero para su triunfo del funcionamiento de este aparato y por eso depende de los motivos del aparato y no de los suyos propios [...] En tales condiciones, el resultado objetivo de su acción no está en sus manos, sino que le viene impuesto por aquellos motivos [...] predominantemente abyectos, de sus seguidores, que sólo pueden ser refrenados si una parte de éstos (que en este mundo nunca será la mayoría) está animada por una noble fe en su persona y en su causa.

 

"Pero, incluso cuando subjetivamente sea sincera, esta fe no pasa de ser en la mayor parte de los casos más que una 'legitimación' del ansia de venganza, de poder, de botín y de prebendas (no nos engañemos, la interpretación materialista de la historia no es tampoco un carruaje que se toma y se deja a capricho, y no se detiene ante los autores de la revolución)".

 

Toda esta descripción, sobre todo la última frase, explica lo que ha pasado en México. Al tiempo en que "La mañanera" prodigaba generosamente los premios internos (la satisfacción del odio y el resentimiento, el deseo de revancha, la difamación del adversario, la acusación de herejía), el régimen procedía al reparto de los premios externos.

 

Estos premios externos no consistían (como en la Rusia de Lenin, la China de Mao, la Cuba castrista) en la destrucción de la burguesía y la expropiación del capital. Aunque hubo casos de extorsión flagrante (la rifa del avión presidencial, el cobro alevoso e ilegal de impuestos no devengados) esta no fue la norma en México. Lo que ocurrió de manera regular es algo distinto y aterrador: a cambio del poder absoluto, el régimen premió a su séquito dándole el país como concesión.

 

Todo fue prisa, discrecionalidad y opacidad: aduanas, puertos, aeropuertos. Para construir una refinería innecesaria (y que no refina), un tren ecocida (y sin pasajeros), una megafarmacia fantasmal (que no surte) y muchísimos otros engendros nacidos del capricho, se creó una nueva burguesía concesionaria. Pero eso -como ahora comenzamos a saber- fue lo de menos. Más grave fue corromper, invitándolo al festín, a un sector cupular de las fuerzas armadas. Y aún peor fue la alianza -no por antigua menos alarmante- entre el narco y el poder. Así, al amparo del régimen, una caterva de amigos, parientes, militares, burócratas, funcionarios y pseudoempresarios construyó verdaderos emporios delictivos, como el huachicol fiscal.

 

Supongamos que el líder, aunque declaró que en México no se movía una hoja sin que el presidente lo supiera, ignoraba la gigantesca corrupción que pululaba a su derredor, incluso en círculos muy cercanos, cercanísimos. Aun así, los hechos son abrumadores: el reparto del botín no tuvo límites ni precedentes.

 

El régimen que decía combatir a "la mafia del poder", ahora chapotea en "la miasma del poder". En manos del gobierno actual está revelar toda la verdad y aplicar la ley.

 

Enrique Krauze

 

 


lunes, septiembre 08, 2025

 

Ciudadano sacrificado

El escenario fue ancestral: copal humeante, ministros arrodillados, suplicantes ante Quetzalcóatl para que inspire sus resoluciones. Así fue la ceremonia de toma de posesión de la nueva Suprema Corte. Un rito de cercanía al pueblo, pero que inaugura una liturgia alejada del principio constitucional de la ciudadanía igualitaria, al margen de la etnia o la clase social o el color de piel.

 

La nueva Corte apela al misticismo por encima de la legitimidad legal-racional. Escenifica inclusión mientras separa al pueblo del no-pueblo.

 

Hugo Aguilar Ortiz, el abogado mixteco y ahora presidente de la Corte, habló de transformar al tribunal en un espacio "pluricultural", insistiendo en que su papel será "un tribunal no sólo de derechos, sino de justicia al servicio del pueblo".

 

¿Pero quiénes forman parte del pueblo? Los pueblos originarios, sin duda. Los excluidos, que finalmente se sienten representados, por supuesto. Los militantes de Morena, en primera fila.

 

Pero México es mucho más que esas categorías y esas identidades. México es muchos Méxicos. El México mestizo, el México de los que creen en Quetzalcóatl, y el de aquellos que defienden la laicidad del Estado; el de quienes aplauden los usos y costumbres y el de quienes señalan sus riesgos.

 

El papel de la Corte es ser garante de todos. Del ciudadano, no del pueblo abstracto, o del pueblo definido por el partido-Gobierno.

 

La elección popular de la SCJN, la reducción de Salas, la introducción de órganos disciplinarios con mayor control partidista, se hizo bajo el pretexto de democratizar el acceso a la justicia, y acercarla a la gente.

 

Pero al hablar y actuar como lo hacen, los ministros desdibujan años de conquistas previas: desde el juarismo liberal a la reforma constitucional de 2011 que amplió la universalidad de los derechos humanos.

 

Sustituyen la política de derechos por la política de identidad. Obscurecen la esencia del texto constitucional, que mandata proteger derechos universales, no reverenciar dioses antiguos. El ciudadano se disuelve detrás del humo del copal, convertido en enemigo si no se subordina.

 

Desde su incubación en la polis griega, el ciudadano ejerce derechos, piensa de manera independiente, y busca controlar al poder abusivo.

 

En México, décadas de dictaduras -personales y de un solo partido- dejaron tras de sí un país de ciudadanos imaginarios, clientes en vez de participantes.

 

La reivindicación del ciudadano como sujeto se dio a la par de luchas por desmantelar el autoritarismo estatal, vía elecciones libres, la construcción de instituciones autónomas, la protección de derechos humanos, el reconocimiento de los derechos de mujeres y minorías políticas y LGBT.

 

Incluso José Merino en una carta abierta publicada en Nexos tras la elección de 2018, lo subrayó: el reto histórico de López Obrador era construir "ciudadanos autónomos", no súbditos reverentes. Hoy ese defensor del ciudadano es consiglieri de un partido-Gobierno que busca extinguir su existencia.

 

El morenismo ha procurado activamente la sustitución del ciudadano por "el pueblo". Un pueblo homogéneo, puro, moralmente superior. Un pueblo que "manda" a través del Presidente(a). Un pueblo construido discursivamente para legitimar decisiones, excluir disensos y estigmatizar a quienes se atreven a disentir.

 

Así, quienes no aplauden la reforma judicial son "traidores al pueblo". Quienes critican la militarización son "adversarios del pueblo". Quienes defienden los contrapesos institucionales son "enemigos del pueblo".

 

Mientras el pluralismo se encoge, la censura crece. Ya hay miembros del monopolio moral en la 4T que proponen "tribunales de la verdad", argumentan que los medios dañan a la democracia, y encarnan cada vez más a Robespierre. Y buscarán revancha vía la SCJN y el Poder Judicial afín a su afán autoritario.

 

Beatriz Gutiérrez Müller amenazó con ominosa claridad: "... entrará en funciones el nuevo Poder Judicial y está la opción real de denunciarlos y que se haga justicia".

 

En pocas palabras, justicia a modo con bastón de mando usado como garrote. Y ese bastón, convertido en palo político, desmodernizará al Estado. Producirá una justicia que demanda sacrificios humanos, convierte a la democracia en rito tribal y reemplaza al ciudadano -ese logro tan arduo, tan frágil- con un "pueblo" concebido para hincarse ante el poder. Postrado, de hinojos, como los ministros.

 

Denise Dresser

 

 


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