viernes, marzo 27, 2020

 

Un ego obstinado

En la cruda de una borrachera populista que lo alucina con una inmunidad personal transmisible al País, el Presidente López Obrador finalmente aceptó, implícitamente, que siente pasos en el terreno social y económico, aunque ha afirmado repetidamente que los recursos que ha "recuperado de lo robado" le alcanzan para enfrentar las inversiones faraónicas a las que se ha comprometido.

 

Le hablo entre otras cosas de la construcción del Tren Maya y la del aeropuerto de Santa Lucía, que requieren el gasto de miles, muchos miles, de millones de pesos para su instrumentación, sumados a muchos miles más ya gastados o debidos por la cancelación de la construcción del NAIM.

 

También le alcanza, ha dicho obsesivamente, para pagar todas las prestaciones, por no llamarles dádivas -que lo ofende-, para premiar la pobreza que el generoso tlatoani macuspano ha otorgado, por su obra y su gracia, a los pobres de México, al "pueblo bueno y sabio" que lo eligió Presidente.

 

El mandón mandatario ha convertido esas prestaciones, ad chalecum, en prebendas constitucionales difícilmente eludibles. Incluyen subsidios a la pobreza, a la edad avanzada, a la enfermedad, becas para ninis, que ya no serán ninis, y la lista sigue larga y largamente seguirá creciendo.

 

Este régimen populista ha institucionalizado trofeos a la pobreza en lugar de estimular la productividad de los pobres y ayudarlos a dejar de ser pobres independientes de patrocinios interesados de gobernantes manipuladores que proclaman que los pobres son primero, pero los dejan en la cola.

 

Ese ha sido el ostinato rítmico de la música obradorista durante estos primeros 16 meses de gestión. El autor se obstina en repetir lo mismo, composición tras composición. Lo que se robaban los corruptos neoliberales y los conservadores fifís alcanzará para pagar la cuarta transformación y sobrará para ahorrar y otros menesteres.

 

Ayer, sin embargo, el obstinado compositor mozartiano nos sorprendió con un cambio de tonada, en la partitura con la que se dirigió a sus homólogos y colegas (de algún modo hay que nombrarlos) del G-20, reunidos en videoconferencia.

 

Escudado en la crisis generada por el coronavirus en el mundo, AMLO pidió a sus pares instrumentar una tregua económica para aminorar el impacto del tsunami alimentado por el Covid-19.

 

Horas antes y días antes y semanas y meses antes, el encantador de los pantanos de Centla insistía obstinadamente en que los recursos de que disponía alcanzaban para todos sus proyectos faraónicos.

 

El otro ostinato era el de una amenaza viral a la que hasta hace sólo unos días era inmune Su Excelencia, inmunidad que graciosamente nos transmitía a los demás mexicanos, bueno, a los pobres "que son lo primero", no a los conservadores, fifís y neoliberales adversarios.

 

Entonces salió el peine de la tregua económica para la fumigada viral, en la que este terco no cree, pero bajo cuyo manto seguirá adelante con sus pirámides primermundistas, a lo Salinas de Gortari, aunque le dé roña a Andrés Manuel, y quizá le suelte un poquito a la guerra contra el virus, nomás para no levantar sospechas.

 

Al cabo el Presidente es inmune y su inmunidad la extiende graciosamente a todos los que estén de acuerdo con las dádivas constitucionales que premian la pobreza en lugar de erradicarla y en las construcciones de obras para la historia (el aeropuerto de Santa Lucía y el Tren Maya), que deberemos hasta el fin de los días de este músico obstinado.

 

Y también después, a través de los sátrapas que de alguna manera manipuladora impondrá, como impuso constitucionalmente las dádivas a la pobreza, que tanto le irrita ver llamadas así en los encabezados periodísticos de sus críticos, a los que odia sin el menor respeto.

 

Felipe Díaz Garza


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