domingo, enero 26, 2020
Estancamiento sin inflación
La incertidumbre creada por los hechos y dichos del Presidente López Obrador ha tenido un efecto inesperado: el Peso fuerte. No es tan difícil de explicar.
1. Los despidos masivos de burócratas fueron arbitrarios, poco selectivos y hasta ilegales: sin indemnización, con renuncias forzadas. La población asalariada se redujo. También se redujo la falsamente no asalariada, que cobra sin derechos ni prestaciones laborales, con recibos de honorarios por servicios supuestamente independientes.
2. A esto hay que sumar los empleados públicos no despedidos, pero obligados ilegalmente a aceptar un sueldo menor.
3. El menor empleo y los sueldos menores redujeron el consumo familiar, la demanda agregada en la economía y el mercado interno.
4. El menor consumo redujo las importaciones y por lo tanto la demanda de dólares.
5. El menor mercado dejó en veremos los proyectos de inversión física: construcciones, instalaciones, maquinaria.
6. Las menores inversiones físicas redujeron la importación de maquinaria y equipo, y así la demanda de dólares.
7. El menor mtercado interno empujó a las empresas al externo: exportar.
8. Las menores importaciones y mayores exportaciones mejoraron la balanza comercial y aumentaron las reservas en dólares del Banco de México.
9. También aumentaron por las remesas de mexicanos que se fueron a buscar en los Estados Unidos y Canadá mejores oportunidades de empleo.
10. Ya no se diga por las elevadas tasas de interés que fijó el Banco: atractivas para las inversiones puramente financieras, disuasivas de las inversiones físicas y del consumo a crédito.
11. El menor empleo y los sueldos menores redujeron la recaudación de impuestos laborales. Esto (sumado a las indecisiones del arranque sexenal) redujo el gasto público en lo menos urgente: la inversión pública física.
12. Lo cual redujo el empleo, la demanda de materiales de construcción, las importaciones, la recaudación de IVA y de aranceles de importación, acentuando todo lo anterior.
De ahí el Peso fuerte.
Peor hubiera sido el estancamiento con inflación (stagflation: stagnation inflation) que padecieron los ingleses hacia 1970, cuando se quintuplicaron los precios del petróleo que importaban. Y los chilenos con el Presidente Allende. Y ahora los argentinos.
Políticamente, la inflación es peor que el estancamiento. El Presidente López Portillo llegó a decir: "Defenderé el Peso como un perro". "Presidente que devalúa, se devalúa".
La inflación es muy visible, el estancamiento tarda en mostrar sus efectos. El descontento por la inflación es general. El descontento por la economía estancada es primero empresarial.
Hay una corriente de pensamiento ecologista que aboga por el crecimiento cero, para reducir el daño a la naturaleza. Pero ningún país ha llegado al estancamiento voluntariamente. El crecimiento cero o negativo suele ser resultado de la política económica, no su objetivo.
No es tan difícil salir del estancamiento. Lo difícil es salir de la inflación, una vez que se desata.
El sexenio de Echeverría empezó con austeridad (llamada entonces atonía) y terminó en la desastrosa economía presidencial, manejada "desde Los Pinos" (no desde Hacienda); en pos de la quimera milagrosa de Allende.
El populismo dadivoso del Presidente de Chile tuvo éxito inicial: aumentó el consumo, la demanda agregada y el crecimiento. Después siguió lo que siguió: la inflación desbocada, el desastre económico y el golpe militar.
El populismo recortador ha sido menos malo que el populismo gastador, pero el crecimiento cero no puede prolongarse indefinidamente. Tampoco remediarse toreando las presiones de las cúpulas empresariales y el Presidente Trump. La incertidumbre, agravada por la inseguridad, no estimula el crecimiento: lo frena.
Para salir del estancamiento, el Gobierno puede construir caminos, presas y otras obras que sean realmente útiles, que tengan efecto multiplicador y que animen a los empresarios a invertir. Lo hizo el Gobernador de Nuevo León Bernardo Reyes, antes de que Keynes lo recetara.
Y es mejor una multitud de obras públicas pequeñas, repartidas por todos los Estados, que unas cuantas obras mayúsculas como la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, sobre todo si resultan elefantes blancos.
Hay que apoyar la creación de microempresas, el espíritu emprendedor que afortunadamente abunda en el País. Hay que reducir lo que sofoca su desarrollo: la falta de microcréditos y el exceso de trámites.
Gabriel Zaid
La 'auténtica democracia'
A menudo escuchamos a los voceros oficiales afirmar que la "verdadera democracia" nació el 1 de julio de 2018.
La afirmación no es sólo falsa, es injuriosa para quienes participamos en la ardua batalla democrática desde 1968 hasta las elecciones de mitad de sexenio en 1997, cuando un Instituto Federal Electoral Autónomo supervisó los comicios en los que el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y Cuauhtémoc Cárdenas ganó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal.
Y es injuriosa también para los ciudadanos que votaron y participaron en cada elección, desde entonces hasta las más recientes.
Escamotear la verdad histórica es un recurso de las sociedades totalitarias. Trocar el sentido de las palabras es la fórmula orwelliana por excelencia.
En Oceanía "la libertad es esclavitud", "la guerra es la paz", "la ignorancia es fuerza". Pero no se necesita vivir en una sociedad totalitaria para padecer una mentalidad totalitaria. De hecho, la izquierda latinoamericana ha ejercido por décadas esa distorsión del pensamiento.
La refutación más ingeniosa a esa mentira metódica la escuché del eminente filósofo polaco Leszek Kolakowski. Ocurrió hacia 1985, en un seminario sobre el tema de los "Intelectuales" en Skidmore College organizado por Bob y Peggy Boyers, maestros de esa universidad y editores de la revista literaria Salmagundi.
Además del propio Kolakowski, aquel encuentro memorable incluyó luminarias como George Steiner, Edward Said, Conor Cruise O'Brien. No sé por qué me invitaron, pero acudí para presentar una ponencia sobre Octavio Paz y la lucha de la revista Vuelta por la democracia en México.
Al terminar mi ponencia, unos profesores latinoamericanos (de aquellos que, como decía Octavio Paz, "practicaban la guerrilla en los peligrosos cañaverales de Berkeley") adujeron que la democracia que lentamente estaba conquistando América Latina, la democracia que buscábamos en México, no era la democracia auténtica. Que la "auténtica democracia" no tenía que ver con los votos y las libertades. Que la "auténtica democracia" era "popular". En ese mismo sentido, algunos conspicuos intelectuales mexicanos sostenían que Cuba era la "auténtica democracia".
Kolakowski estaba sentado en primera fila. Movía la cabeza nerviosamente. Por un momento pensé que usaría su bastón para abalanzarse sobre mis críticos. Pero no, esperó a que terminaran su perorata. Entonces se puso de pie y les respondió, como solía a veces, con una anécdota:
"Quiero referirme brevemente a este asunto de la democracia. Un amigo me contó que hace mucho, cuando estudiaba en Alemania, se dio cuenta de que en los anaqueles de las tiendas había dos tipos distintos de mantequilla. Una era mantequilla simple y la otra era 'auténtica mantequilla'. La gente sabía que el envase rotulado simplemente como 'mantequilla' tenía mantequilla de verdad, mientras que el que decía 'auténtica mantequilla' tenía mantequilla falsa, echt-butter. Recuerdo esto cada vez que oigo hablar de la 'auténtica democracia' en contraposición a la 'democracia', o de la 'auténtica libertad' en contraposición a la 'libertad'. Llevamos décadas oyendo este tipo de diferenciaciones. Sabemos muy bien que eso a lo que se referían como 'auténtica libertad' no era sino la ausencia de libertad, o despotismo. Esto forma parte del vocabulario que suelen usar los Gobiernos marxista-leninistas y sus partidarios. 'Se quejan de que no tienen libertad cuando lo que tienen es una auténtica libertad', dice el dicho. Pero a estas alturas ya deberíamos saber que la democracia no trata sobre hallar soluciones permanentes a todo tipo de problemas sociales. La democracia misma es una institución que no puede garantizar la resolución de todos los males de la sociedad".
Agradecí mucho la intervención de mi amigo Leszek.
Hoy he vuelto a pensar en él. Quienes desde hace cinco décadas luchamos por una democracia sin adjetivos sabemos que la democracia es sinónimo de libertad: libertad de elección, de pensamiento, de crítica, de expresión. Sabemos que el Instituto Nacional Electoral es la institución toral de la democracia.
Quienes creen en la "auténtica democracia" confunden la democracia con las consultas a mano alzada, acosan a la prensa libre, organizan campañas de difamación contra intelectuales independientes y se empeñan en debilitar, vulnerar y someter al INE, órgano electoral.
Nuestra democracia puede volverse "auténtica democracia". No lo permitamos.
Enrique Krauze
domingo, enero 19, 2020
El mito del pasado
Para el Presidente López Obrador los 60 fueron el momento culminante de la vida pública del País. En esa era México crecía a tasas cercanas el 7 por ciento, había orden y no había conflicto social. El momento parecía idílico, mucho más, visto en retrospectiva.
Sin embargo, una mirada a la forma en que funcionaba la sociedad mexicana en aquella época revela circunstancias mucho menos encomiables y, en todo caso, irrepetibles.
La característica central de aquella época era la Presidencia todopoderosa que establecía el rumbo, fijaba prioridades, resolvía disputas y mantenía la paz.
Al menos ese es el mito, pero el hecho indudable es que el sistema postrevolucionario había logrado un equilibrio efectivo entre los diversos intereses de la llamada "familia revolucionaria" y los requerimientos de una economía pujante.
La coalición gobernante -y la estructura de control del partido que le permitía enorme latitud al Presidente- arrojaba una gran capacidad de decisión y acción que, en el contexto específico de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, creó un entorno excepcionalmente favorable para el crecimiento económico.
La poderosa Presidencia se mantenía gracias a la conjunción de circunstancias excepcionales que, años más tarde, dejaron de existir.
En primer lugar, el sector privado estaba fuertemente controlado a través de requisitos de permiso para invertir, exportar e importar.
El Gobierno regulaba la competencia y determinaba, indirectamente, la rentabilidad de las empresas. Para los empresarios lo importante no era la calidad o precio de sus productos, sino estar cerca de la burocracia.
En segundo lugar, los sindicatos funcionaban como un mecanismo de control donde los líderes se enriquecían a cambio de mantener el control de las bases. La clave era el control sin disidencia alguna.
En tercer lugar, los Gobernadores vivían bajo la férula del Gobierno central, siempre a sabiendas de que podían experimentar lo que se conocía como una "desaparición de poderes," o sea, su remoción, a la menor provocación.
En una palabra, se trataba de un sistema autoritario centrado en el Presidente que, a través de los tentáculos del partido y de los mecanismos de premiación y represión mantenía un férreo control del País.
Un diplomático europeo que estuvo basado en México en aquella época citaba a un funcionario soviético en la Embajada de aquel país, afirmando que, comparado con México, los rusos eran unos meros amateurs porque aquí se había logrado construir un sistema político autoritario con pleno control pero absoluta legitimidad, mientras que ellos sólo podían mantener el control por medio de una aguda represión.
El éxito de aquella época permite soñar con su recreación.
La noción de que se puede someter al sector privado a través de la subordinación de las decisiones económicas a las políticas llevaría la alineación de las prioridades y a la recuperación de altas tasas de crecimiento económico.
La libertad sindical, mandatada por la OIT y por el nuevo tratado de libre comercio, el T-MEC, facilitaría la eliminación de los liderazgos charros para su reemplazo por líderes entrenados en Canadá, con criterios anticorrupción nunca antes vistos.
El presupuesto favorece la reconstrucción de los controles políticos sobre los Gobernadores, subordinándolos al poder central y obligándolos a ceder sus ambiciones a los designios del gran líder nacional.
Finalmente, el Ejército se convierte en la piedra de toque que le permite al liderazgo central un control absoluto de todos los actores locales y sectoriales, sin consecuencia alguna ni riesgo de corrupción.
O sea, el Nirvana, versión siglo 21, pero con características de 1960.
El mundo de los 60 acabó mal, no porque estuviera mal concebido o estructurado, sino porque, simplemente, acabó dando de sí. Como dice el dicho, todo por servir se acaba y así le pasó a la era del desarrollo estabilizador.
Se acabó porque resultó insostenible: porque cambió la forma de producir en el mundo, porque hubo una revolución financiera y otra tecnológica y porque, poco a poco, las comunicaciones favorecieron la democratización radical de la información.
En lugar de apalancar lo logrado entonces para transformar la estructura productiva y política como hicieron tantas otras naciones asiáticas, europeas y un par de latinoamericanas, nosotros nos empecinamos en ir de crisis en crisis. Y ahí seguimos.
Pretender reconstruir aquella era no va a acabar distinto porque no tiene sustento en la realidad, sino en una nostalgia insostenible.
Luis Rubio
¿Cuál leviatán?
No es difícil imaginar a Acemoglu y Robinson -autores de "Why Nations Fail"- intercambiando información de todos los rincones del planeta y de cualquier resquicio de la historia para encontrar y, más complicado aún, comprobar una fórmula que garantice el progreso humano.
Así debe haber sido la escritura de su nuevo libro, "The Narrow Corridor", publicado el año pasado. Como abreva de todas partes en el tiempo histórico y en el espacio geográfico, es un libro profuso y difuso que viaja de África a Oriente, y desemboca en Europa, pasando por Grecia y Roma, Chile, Guatemala y Arabia Saudita en los tiempos de Mahoma.
Se necesita paciencia, pero vale la pena.
La idea central del libro es que el progreso, el bienestar y la paz sólo son posibles cuando una sociedad transita por un estrecho corredor que se abre entre el eje del poder de la sociedad y el del poder del Estado o Leviatán.
Es un proceso complejo y reversible -el libro está lleno de salvedades: factores externos que afectaron el proceso, por ejemplo- y advertencias sobre todo aquello que puede llevar a una comunidad a salirse del corredor.
Se trata de un difícil equilibrio entre el poder del Estado y la capacidad de movilización y organización de la sociedad civil.
Cuando el equilibrio se rompe y el Estado domina y oprime a la sociedad, los países se deslizan al territorio del Leviatán despótico.
Cuando el Estado se debilita y no quiere o no puede proteger a sus ciudadanos y gobernar de manera eficaz, las sociedades entran en el terreno del Leviatán ausente, garantía del caos, la violencia y la pobreza.
En cualquier momento de la historia, sólo las sociedades participativas, que ayudan a diseñar el marco legal y lo respetan, y maniatan al Leviatán -que buscará ser siempre despótico-, y lo obligan a proteger a los ciudadanos, resolver los conflictos con justicia y proveer los bienes públicos -educación, salud, infraestructura- progresan en democracia.
La clave está en la libertad que es la única garantía de una sociedad civil vibrante: un bien escaso a lo largo de la historia.
Robinson y Acemoglu encontraron innumerables ejemplos de Leviatanes ausentes y despóticos. Ninguno ha garantizado, a corto o largo plazo, la protección de sus gobernados ni el bienestar económico sostenido.
Las excepciones son mucho más interesantes: las pequeñas ciudades-Estado del norte de Italia, herederas involuntarias de Grecia que, como Siena, formaron comunas y gobiernos electos por representantes de sus ciudades, aprovecharon la libertad de comercio, se enriquecieron e inventaron de paso la banca moderna. Y, por supuesto, Europa.
Robinson y Acemoglu usan la metáfora de la tijera para explicar por qué los países europeos de hoy, que habían estado por siglos al margen de la historia, entraron al corredor del equilibrio de poder entre Leviatán y sociedad para garantizar la libertad, la democracia y el desarrollo.
Una hoja fue el fortalecimiento desde finales del siglo 5 de sociedades tribales que convocaban asambleas y seguían normas de toma de decisiones consensuales. La otra, el legado institucional y jerárquico del Imperio romano (y la Iglesia cristiana) que permitió construir Estados eficaces.
Inglaterra es el caso paradigmático -pero no el único-. La larga tradición de participación de todos los estratos de la población culminó con la Carta Magna que maniató al Leviatán.
Para el siglo 14, la Cámara de los Comunes era prácticamente independiente de la de los Lores. Se habían colocado los cimientos de la actual democracia parlamentaria, que se ampliaría hasta otorgar el voto a todos los ciudadanos entre el siglo 19 y el 20, y las bases de la Revolución Industrial.
El libro habla muy poco de México (nos toca apenas haber inventado las tortillas), pero no es necesario que nos dedique un capítulo entero para saber que hemos vivido fuera del corredor durante una larga historia y dentro de él, menos de dos décadas.
Es el Leviatán latinoamericano despótico, ideológico, burocratizado e ineficiente del que pocos países de América Latina han podido escapar: el proyecto de López Obrador. A ese regresaremos en mi próximo artículo.
Isabel Turrent
miércoles, enero 08, 2020
¿En verdad el plástico contamina mas?
En los últimos años, meses, hemos sido bombardeados con noticias, información y ahora leyes/reglamentos que nos dicen que usar plástico es malo, muy contaminante y debemos usar otras opciones "ecológicas".
Sin embargo, ¿en verdad las otras opciones son "ecológicas", no contaminan?
La realidad es que TODAS las actividades humanas contaminan, en mayor o menor medida, y de diferentes formas. No hay productos que no contaminen de ninguna manera. Claro, hay unos que contaminan menos. Pero ¿Nos tomamos la molestia de investigar qué tanto menos? ¿Vale la pena el costo?
Por ejemplo, ¿alguien se ha puesto a pensar cuánta energía se requiere para hacer vidrio y luego botellas? La industria del vidrio es sumamente extractiva en recursos minerales, e intensiva en energía para hacer y moldear el vidrio. El uso de gas, quemándolo y contaminando el aire, es muy intenso. Mucho mas que la energía para hacer una botella de PET.
Claro, el PET flota, llega a ríos y luego al mar. Es visible.
Pero ¿cuánto le toma a una botella de vidrio degradarse en un basurero? ¿No es contaminación un pedazo de vidrio? ¿Y el CO2 entre otros contaminantes emitido a la atmósfera?
Las botellas de vidrio son mucho más pesadas que las de PET, por lo que moverlas y luego reciclarlas requerirá más combustible, quemado, para su traslado. ¿Eso no contamina?
¿Qué se tiene que hacer como sociedad para reciclar el 100% de las botellas de PET? ¿Pagar el costo real de recoger y procesar la basura?
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