domingo, diciembre 11, 2005

 

RETRATO ÍNTIMO DE AMLO

¿Quién es realmente Andrés Manuel López Obrador? ¿Es el militante porfiado y humilde que se identifica con las causas del pueblo hasta en el más mínimo detalle? ¿Es el líder arrebatado y osado que organiza la toma violenta de pozos petroleros y que no se doblega ante nadie? ¿El que alza la voz, pero que en el fondo cree y respeta las instituciones, como algunos dicen? ¿Es el hombre que lanza acusaciones a diestra y siniestra, sin presentar la más mínima prueba, con la convicción de que una mentira repetida termina por convertirse en verdad? ¿Es un profeta que anuncia el fin de los tiempos y más temprano que tarde emprenderá la purificación de la vida pública nacional? ¿Es un político centrista que sabe que la izquierda no tiene más camino que la moderación y la negociación?

Antes de trazar un perfil de este personaje, hay que decir que el fenómeno López Obrador es efecto y resultado de la miseria de nuestra clase política. Fox ya perdió todas las batallas y Roberto Madrazo es visto con desconfianza y recelo. Santiago Creel no ha crecido y no hay ninguna certeza de que en los meses que vienen, ya como candidato, vaya a dar el estirón. El panorama es, ciertamente, desolador.

Regresemos, pues, a la pregunta inicial: ¿Quién es López Obrador? Se trata, sin duda, de un personaje complejo y contradictorio. Su biografía personal y política lo muestra de cuerpo entero. Sobran gestos y acciones de gobierno que nos revelan la naturaleza del personaje. Con AMLO no hay misterios. Quienes le confieren el beneficio de la duda y lo definen como un espíritu hamletiano que se debate entre Lula y Chávez, pierden de vista lo esencial. López Obrador ya fue militante de base y líder regional del PRI. López Obrador emigró al PRD. López Obrador fue presidente nacional del PRD. López Obrador ha sido jefe de Gobierno de la Ciudad de México durante más de cuatro años. López Obrador es el que es y no se oculta. Antes al contrario, se pavonea.

El primer y más evidente rasgo de su biografía está emparentado con la violencia. La muerte accidental (o como haya sido) de su hermano a los 16 años parece haberlo marcado en forma definitiva. Nadie sale indemne de semejante experiencia. Así comenzó el éxodo de su familia. Desaparecieron de Tabasco hasta que al cabo de varios años reapareció el joven López ya como militante priista. Viene después la presidencia estatal del PRI, el "disidente" que reclama lo que no le dieron y que, como muchos otros en otras regiones, se suma al PRD. Se enfrenta entonces a Madrazo, pierde las elecciones locales y crece a base de protestas y movilizaciones. Está en su elemento. Las marchas a la Ciudad de México y la toma de pozos petroleros. Lo sabe hacer. Confía en las masas, no en la ley. La ley puede y suele ser manipulada. El estado de derecho en México es una impostura. Sólo un ingenuo se cobijaría a su sombra y AMLO no lo es. Lo de López es caminar por el filo de la navaja. En la frontera de la ley, la ilegalidad y los barruntos de violencia.

Pero el personaje no se agota allí. Andrés Manuel es un hombre con una misión histórica. Está convencido de ello. Cuando se compara con Benito Juárez, Lázaro Cárdenas, Nelson Mandela o Martin Luther King no lo hace de broma. La Historia (así con mayúscula) lo ha puesto en el lugar correcto y a la hora indicada. De esa certeza y convicción procede buena parte de su fuerza y de su visión del mundo. Maniqueísmo puro, sí, sin duda. De un lado los buenos y del otro los malos. La anécdota que él mismo filtró de su única entrevista con los integrantes del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios revela esa parte de su personalidad. En 1997, López Obrador no era nadie. Cárdenas lo cobijaba y lo había puesto al frente del PRD. Sin embargo, ese pequeño gran hombre se apersonó ante los grandes empresarios y les leyó una parábola de la guerra de los 100 años. Los grandes burgueses, fue el mensaje, se deben sacrificar por el pueblo e hincarse ante el Soberano, que generoso podrá siempre perdonarlos. Pero de no ser ése el caso...

Por otra parte, la tolerancia y la lealtad no figuran en su diccionario. López Obrador creció a la sombra de Cárdenas. Fue Cuauhtémoc quien lo hizo y le permitió crecer. A finales de los años noventa su poder en el interior del PRD era enorme. No había hoja que se moviera en el jardín del perredismo sin su consentimiento. No sólo eso. Cárdenas vio con buenos ojos la candidatura de AMLO a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Con tan buenos ojos que su campaña recibió todo el apoyo de Rosario Robles, claramente identificada con los cardenistas. Pero el agradecimiento no duró mucho. Se terminó con la victoria el 2 de julio. Los golpes contra Rosario Robles se volvieron sistemáticos. No hubo misericordia. Había que limpiar la casa. Carlos Ahumada fue proscrito. Era el talón de Aquiles. Ahí había que golpear. Ése es el verdadero origen del conflicto y de los videos.

Otra cara de AMLO es la saña. Una vez en el suelo hay que hacerlos añicos. Ése fue el procedimiento que utilizó con Cárdenas el pasado 24 de abril. La marcha contra el desafuero fue la coronación de López Obrador. Ese día se convirtió en candidato del PRD a la Presidencia de la República e inició lo que podría ser su marcha triunfal hacia Los Pinos. La victoria fue toda suya. Fox se doblegó vergonzosamente tres días después. Cárdenas, que ya se había postulado como precandidato, marchaba en uno de los extremos de la primera fila. Lo hacía a contracorriente, pero no tenía de otra. El Peje, sin embargo, no lo perdonó ni tuvo la más mínima misericordia. Las huestes padiernistas o bejaranistas, lo mismo da, le organizaron una rechifla y le llenaron de insultos. La situación se hizo intolerable y el ingeniero, el "líder moral" del PRD, tuvo que abandonar la marcha. Andrés Manuel no lo quería derrotado, lo quería humillado y fuera del partido y de su movimiento. El ajuste de cuentas ya empezó y aún no ha terminado.

Pero los ajustes de cuentas no serán sólo de orden interno. Lo que vimos el día del desafuero no tiene precedentes. El jefe de Gobierno de la Ciudad de México desafió a todos los poderes de la Unión. Se refirió a los legisladores como borregos, descalificó a los jueces del Poder Judicial por corruptos y acusó públicamente, sin presentar una sola prueba, al Presidente de la República y al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de formar parte de un complot. No hubo en su alegato ni una sola consideración legal. Se defendió políticamente y anunció movilizaciones para romper el complot en su contra. Profeta en tierra ajena, cumplió todo lo que prometió. Pero nada ha sido olvidado ni perdonado. El Peje está convencido de que Mariano Azuela fue parte de la conspiración y más temprano que tarde le pasará la factura.
De López Obrador se pueden decir muchas cosas, pero no hay duda que es un maestro del ilusionismo y el escapismo. La realidad, mientras él no la reconozca, no existe. El mecanismo se ha repetido una y otra vez. Gustavo Ponce y René Bejarano detenidos y encarcelados no le merecen mayores comentarios: deposité en ellos mi confianza y me traicionaron, punto. ¡Cómo! Pero si el mismo Gustavo Ponce incriminó pública y explícitamente al jefe de Gobierno en los movimientos irregulares de la secretaría de Finanzas. Y Bejarano, en una de las charlas que mantiene con Ahumada, lo menciona por su nombre y refiere que todo lo que él hace es por mandato expreso de López Obrador. Pero nada de eso importa. López se salió por la tangente y ya nadie lo recuerda. Lo único que cuenta es la teoría del complot. Sería tonto negar lo efectivo y hábil que es en ese campo. Pero sólo un bruto confiaría en su sinceridad y honestidad.

En esa misma lógica se inscribe su reacción frente a la marcha contra la violencia del 27 de junio. El jefe de Gobierno se dedicó a denostarla y minimizarla. Porque no sólo no reconoció que el problema existe y le preocupa a la mayoría de la población, sino que además la explicó como parte de la conjura en su contra. Y no menos grave fue el sesgo clasista que le dio a la interpretación: los ricos y los pirruris marcharon, no el pueblo llano que tiene otros intereses y preocupaciones. A final de cuentas, el jefe de Gobierno fue coherente con la visión que tiene de la sociedad y la delincuencia. Los robos y los actos violentos son, en último término, expresión de la pobreza y la miseria, es decir, de la desigualdad social que concentra en algunos cuantos la riqueza (siempre culpables) y margina a las mayorías (siempre inocentes). Por eso incluso un linchamiento colectivo le merece comentarios atenuantes: ante el pueblo haciéndose justicia hay que ser prudentes y mostrar respeto.

Por último, el compromiso de López Obrador con los desheredados de este país no deja de ser curioso. "Primero los pobres" fue un buen lema de campaña, pero jamás se tradujo en una dirección de gobierno. Los segundos pisos son la mejor demostración de ello. No atienden las necesidades urgentes de la ciudad ni de los sectores más pobres. Su sentido y utilidad son meramente electorales. Un mínimo de decencia y honestidad hubiese elaborado otras prioridades y obras. Los elefantes blancos han cumplido, sin duda, su propósito. Todo el mundo los ve y los compara con las inexistentes obras del Gobierno federal. Esa es la ganancia constante y sonante del jefe de Gobierno, pero no de los pobres ni de los habitantes de la Ciudad de México.

Y así como no hubo un proyecto popular en el Gobierno del Distrito Federal, tampoco existe sustancia en el famoso Proyecto Alternativo de Nación. Los 20 puntos son contradictorios, están mal organizados, son francamente superficiales y no se plantean las cuestiones esenciales. Se inscriben en la mejor tradición populista de este país: El Peje propone gastar más en bienestar social, pero no precisa en ninguna parte fuentes efectivas de financiamiento. Y no lo hace porque no le conviene, pero además porque su gestión en la Ciudad de México se ha basado en el endeudamiento público. La puerta es falsa, como lo mostraron López Portillo y Luis Echeverría, pero efectiva mientras no haya que pagar la factura. Y eso es, ahorita, lo que menos le importa a AMLO.

¿Quién es, pues, López: Lula o Chávez? Ni uno ni otro. López es López y su proyecto alternativo de nación es llevar a López a la Presidencia de la República. ¿La silla por la silla? Sí. Pero además se asume como un hombre providencial que el pueblo espera y aclama. Un pueblo, un jefe y un futuro luminoso si no por 3 mil años, sí por unos tres sexenios.

Jaime Sanchez Susarrey, El Norte, 22 de mayo del 2005

Comments:
lo que no entiendo es como me chute gran parte de tu rollo... ¿tu si te entiendes?
para mi, lo que escribes es basura y yo y muchos más mexicanos y todos los que pueda convencer, votaremos por ANDRES MANUEL LOPEZ OBRADOR... lástimas, vas a perder. deja tu pretendida "objetividad" no existe.
 
Gracias por tu comentario.

Ya veremos, ya veremos, quien gana.

saludos
 
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