domingo, julio 31, 2016

 

La viga y la paja

Hay un vicio en las redes sociales que parece sintomático de algo más amplio: el ascenso de la irracionalidad en el debate público. Lo ilustro con un ejemplo personal en Twitter. Cada vez que expreso ahí una crítica al gobierno de Venezuela, un sector del público responde, más o menos, de esta manera: "Es vergonzoso que hables de Venezuela, ¿por qué no criticas la realidad mexicana?".

 

El reclamo parte de una falacia lógica que conviene desmontar: pensar que la crítica a X implica, directa y necesariamente, la indulgencia ante Y. Como si señalar los males ajenos condujera, obligatoriamente, al olvido de los propios.

 

Criticar al actual gobierno de Venezuela es un acto válido en sí mismo que no requiere de más justificación que los hechos objetivos que lo sustentan, hechos que están ahí, en las redes sociales, en imágenes dramáticas, en estadísticas y reportajes incontrovertibles, para todo el que los quiera ver: el hambre, la carestía, la inflación, el empobrecimiento, la falta de medicinas, criminalidad, la corrupción, etc...

 

Señalar esos males en 2016 es tan válido como haber denunciado, en los años setenta u ochenta del siglo pasado, los horrores de las dictaduras chilena y argentina. Pero nadie, que yo recuerde, dijo entonces que criticar a Pinochet o a Videla implicaba condonar la brutalidad criminal de Díaz Ordaz o Echeverría. Se trata, pues, de una falacia inducida ideológicamente. Para quienes incurren en ella, hay críticas que valen en sí mismas (las suyas) y otras que no valen porque les parecen interesadas, distractoras o de mala fe (las de quienes no piensan como ellos).

 

La falacia exhibe también la ignorancia de quien la practica. ¿Está seguro el inquisidor que el crítico de X nunca, o pocas veces, ha criticado a Y? Volvamos a mi postura frente al régimen de Venezuela. Es verdad que desde fines de 2007 (cuando visité Caracas por primera vez) he procurado seguir de cerca ese país que ahora vive sumido en un drama sin precedente en la historia latinoamericana y donde tengo tantos buenos amigos. Pero es obvio que en estos años mi atención hacia los grandes problemas de México ha sido mucho mayor. Y no he dejado de señalar la persistencia y agravamiento de cuatro males que han hundido al país en el desaliento: la impunidad, la corrupción, la violencia y la inseguridad. Quizá los airados tuiteros (creyentes en una crítica puramente nacionalista) no han leído esos textos, y están en su derecho. Pero es difícil que ignoren su existencia. Lo que su mensaje implica, entonces, no es una reconvención sino una descalificación. No es un argumento ni un reclamo honesto, menos una refutación: es puñetazo de 140 caracteres, un escupitajo verbal.

 

Lo curioso es que la falacia puede revertirse fácilmente contra quien incurre en ella. Imaginemos (aunque cueste trabajo) a un gobierno no dictatorial ni militar pero ajeno a la órbita cubana (o a la más reciente bolivariana), que incurriese de pronto en las violaciones flagrantes que caracterizan al de Maduro: intento de anulación del Poder Legislativo (electo por la mayoría), usurpación del Poder Judicial, bloqueo de la libertad de expresión en los medios tradicionales, uso de la violencia contra un pueblo desesperado que tiene hambre al grado de marchar en un exilio forzoso al país vecino para proveerse de alimentos y medicinas de primera necesidad. El escándalo sería cósmico. El desprestigio, infinito. El ostracismo, inmediato. El gobierno habría caído.

 

¿Por qué no hay un clamor mundial a favor del referendo revocatorio en Venezuela? ¿Qué protege, a estas alturas, a la dictadura de facto de Nicolás Maduro? Un oscuro entramado de complicidades, fanatismos, conveniencias políticas, bloqueos ideológicos. Y una espantosa indiferencia. Todo eso, y la hipocresía radical de quienes acusan al crítico de "ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio" cuando son ellos mismos los que ejemplifican a la perfección esa parábola del Evangelio.

Enrique Krauze

www.enriquekrauze.com.mx


martes, julio 12, 2016

 

¿Cómo se hace un gran maestro?

¿Cómo se hace un gran maestro?

 

El provocativo título de una portada reciente de The Economist (TE). Un tema muy apropiado ahora que algunos maestros en México "dan clases" de violencia, bloqueos y cómo dañar a niños.

 

Mientras aquí nos peleamos para ver si "se evalúa al maestro", en el mundo desarrollado esto ya no es tema. Allá buscan mejorar al maestro, el elemento clave en una educación de calidad.

 

"El secreto de buenas calificaciones y alumnos estelares son los maestros. Un alumno que toma clases de un gran maestro (del 10 por ciento superior) aprende tres veces más del que está en el grupo de uno malo (del 10 por ciento peor)", explica TE.

 

John Hattie de la U. de Maryland analizó resultados de más de 65 mil estudios de mejora en la calidad educativa aplicados a 250 millones de estudiantes. Sorpresa: no pesan tanto cosas que los papás aprecian como clases pequeñas, uniformes o dividir alumnos por habilidad.

 

Lo más importante: un gran maestro. Que por cierto no nace, se hace: "se puede hacer extraordinarios a maestros comunes y corrientes". Algo que puede revolucionar a las escuelas (y al mundo).

 

"Las escuelas olvidan enseñar a sus alumnos más importantes: los maestros. En la OCDE, el 40 por ciento nunca ha aprendido a presenciar clases de otros maestros", añade.

 

Un buen maestro establece metas claras, estándares altos de comportamiento (del alumno), planea bien sus clases y utiliza técnicas didácticas probadas.

 

"En la docencia, el camino a la maestría no pasa por teorías abstractas sino por práctica intensa basada en experiencias probadas y métodos pedagógicos". Lo que TE llama "el oficio del salón".

 

La revista reseña el estudio de Rob Coe de la U. de Durham que afirma que no funcionan técnicas de enseñanza generalmente aceptadas como alabar al alumno sin razón para motivarlo, aceptar o promover "estilos diferentes de aprendizaje" y pensar que alumnos pueden descubrir conceptos complejos solos.

 

No, el maestro tiene que guiar. Por eso, instituciones privadas y gubernamentales experimentan, generan y capacitan con métodos que sí hacen diferencia. Por ejemplo:

 

· Hacer preguntas provocativas aleatorias a todos y no solo a los "listos".

 

· Encargar tareas cortas por escrito.

 

· Planear clases con objetivos calendarizados.

 

· Liderazgo del maestro pero con alta interactividad grupal.

 

· Anticipar errores comunes.

 

"El oficio del salón" aplica recetas específicas obtenidas de observar y desmenuzar las mejores prácticas de los mejores maestros.

 

Por ejemplo, la revista británica cita las 62 técnicas de Doug Lemov. Tienen nombres pegadores, como "estíralo", "no pidas perdón", "empieza con el final". O una de mis favoritas, la 26: todos escriben (vea un video en nuestros sitios).

 

La premisa de esta técnica yo la he comprobado: escribir algo antes de discutir o exponerlo ayuda a tener mejores ideas. Bien dice Lemov: "reflexionar antes de convertir pensamientos en palabras da la oportunidad (al estudiante) de participar con mejores ideas y lograr mayor confianza".

 

El también autor del libro "Enseñar como Campeón" asegura que para llegar a ser experto en enseñar bien (y en cualquier cosa) se requieren tres cosas: práctica, práctica y práctica. Igualito que en los deportes.

 

"La forma como Roger Federer golpea un revés es el resultado de incontables horas de práctica y análisis. Al encontrar una falla en su juego (un gran atleta) la desmenuza en partes y trabaja en la ejecución de pequeños cambios", explica una nota reciente sobre la revolución educativa en el diario The Guardian.

 

Sólo con un sistema ingenieril para mejorar a los maestros se pueden obtener grandes alumnos que contribuyan poco a poco a mejorar a un país (relea "Los dos Méxicos").

 

El rotativo británico es contundente: "la globalización incrementa la presión para que los sistemas educativos mejoren".

 

Esta verdad indiscutible es para México una tragedia. Mientras que países desarrollados buscan potenciar su calidad educativa, nosotros estamos atascados en el primer paso. Condenados a verle las suelas a los que van a ganar la carrera.

 

EN POCAS PALABRAS...

 

"El maestro hace la diferencia, no el salón de clases".

Michael Morpurgo, autor inglés

 

Jorge A. Meléndez Ruiz

benchmark@elnorte.com

Twitter: jorgemelendez


sábado, julio 09, 2016

 

Claudicar por hartazgo

Las protestas se extendieron y masificaron. Los maestros por salir de vacaciones, y en lugar de mejorar sus materiales escolares o prepararse para el siguiente año escolar, decidieron marchar bloqueando las vías de comunicación.

 

Qué bueno que se manifiesten, qué malo que violen los derechos de millones de mexicanos en el camino. Qué bueno que en el País se respeten los diferentes puntos de vista y sus expresiones, qué malo que los maestros no tengan puntos de vista para mejorar la educación.

 

Qué bueno que se busque medir la calidad de la educación, qué malo que muchos maestros no quieran ser evaluados. Qué bueno que exijan, qué malo que no den nada a cambio.

 

Tenemos hoy muchos Estados sufriendo pérdidas económicas y sociales por las marchas y protestas de los maestros buscando proteger un sistema educativo con privilegios.

 

México ocupa el lugar 53 de 64 países evaluados en PISA. La mitad de todos los alumnos de primaria no entienden lo que leen y no pueden efectuar operaciones aritméticas simples. Alumnos que no funcionarán de manera efectiva para mejorar al País en pocos años.

 

El futuro de un país reside en su calidad educativa, no en su sistema educativo. Ésa fue la esencia de la reforma educativa que todos los partidos políticos aprobaron en febrero de 2013. Una que permitiera, como dice el decreto, "el ingreso al servicio docente mediante concursos de oposición que garanticen la idoneidad de los conocimientos y las capacidades de los docentes".

 

Una reforma que modernizaría el servicio profesional docente, crearía un sistema de evaluación educativa independiente, un sistema de información y gestión educativa y escuelas de tiempo completo, entre otras cosas.

 

Lo más importante de esta reforma fue mejorar la calidad educativa, permitiendo evaluaciones constantes que ayudaran a guiar una mejora medible y continua. A nadie le gusta ser evaluado, pero no existe otra forma de mejorar si no se miden con objetividad avances o retrocesos.

 

No importa si abundan análisis de que la implementación está fallando, o que no se tomaron en cuenta las opiniones de algunos maestros. Tampoco importa que los Estados del País tengan o no la capacidad para administrar a sus maestros, o que no haya más recursos para las escuelas.

 

Los maestros que se oponen a ser evaluados es porque no son maestros, son simples empleados de un sistema de favores y corrupción, muy distinto al que imaginó José Vasconcelos. Por eso no les importa violar los derechos de los demás, ni fallarles a sus alumnos.

 

Lo que ahora estamos padeciendo es precisamente lo que algunos políticos en campaña llaman la oposición de intereses económicos y grupos oscuros del poder.

 

Pero desafortunadamente este político tabasqueño no está viendo que los verdaderos intereses económicos que no quieren a México son los intereses de estos maestros pertenecientes al SNTE o la CNTE, que hoy amagan al Gobierno para rechazar una reforma que no conviene a sus intereses económicos oscuros del sistema educativo, que ellos han secuestrado para su propio beneficio.

 

Ahora entendemos que el valor de la representación de los maestros para mejorar sus capacidades y métodos pedagógicos que ostentan los sindicatos de maestros, en la realidad es y siempre ha sido simple retórica.

 

Se trata de robarle a México más presupuesto para seguir contratando marchistas y quejosos en lugar de maestros dispuestos a formar el futuro del País. Se han acostumbrado a pactar con el Gobierno para no esforzarse más y siempre de espaldas a la sociedad, a los padres y a los estudiantes.

 

Me parece que nuestro sistema educativo no tiene una vocación para mejorar y nuestro hartazgo está claudicando frente a este grupo de maestros que prefieren vivir con un sueldo, pero en la ignominia, que forjar un mejor país como muchos queremos.

 

Disculpen, por favor, todos aquellos buenos maestros que conozco y que incluso me han escrito a favor y en contra de mi postura sobre el magisterio.

 

Vidal Garza Cantú

vidalgarza@yahoo.com

Es director de Fundación FEMSA, AC. Profesor en la Escuela de Graduados en Administración Pública y Política Pública del Tec de Monterrey. Licenciado en Economía por el ITESM. Licenciado en Derecho por la UANL. Maestro en Políticas Públicas por Universidad de Harvard y Doctor en Políticas Públicas por la Universidad de Texas en Austin.

 

Leer más: http://www.elnorte.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=92436#ixzz4DxvHn55v  

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domingo, julio 03, 2016

 

Lecciones de vísceras (populismo)

La gran lección del voto británico es que nadie tiene el control de los procesos políticos.

En un mundo en el que la información es horizontal y todos tienen acceso a ella -como receptores e informadores-, nadie puede limitar lo que se sabe (sea cierto o falso), lo que se discute o lo que se concluye.

La información es ubicua y cualquiera puede conducir el debate: todo depende de su habilidad. David Cameron inició el proceso al convocar a un referéndum e instantáneamente perdió el control: una vez que el conejo salió de la chistera, el debate quedó en manos de los más hábiles y el control en los electores.

Más que suponer una conexión automática, absoluta e inexorable entre lo ocurrido en el Reino Unido y lo que pudiera pasar con Trump en Estados Unidos o con López Obrador en México, lo evidente es que el mundo ha cambiado y ya nadie tiene control: gana quien entiende mejor al electorado y le responde en sus términos.

Ésa es la genialidad de Nigel Farage (el principal promotor del rompimiento con la Unión Europea) y de Trump en Estados Unidos. Ellos comprendieron algo que los demás ignoraron.

"El sentir público no es racional, es emocional", dice Ariel Moutsatsos. Y sigue: "¿Puede alguien pensar en términos racionales respecto a sentimientos de derrota, impotencia, ansiedad o miedo?". Los "argumentos (de Trump y de los promotores de Brexit) no tienen sentido y hay un conjunto de razones lógicas, hechos y ejemplos tangibles que claramente los contradicen... no es algo racional, es emocional".

Los promotores del referéndum supusieron que era obvio, lo racional, quedarse en la UE y por lo tanto dejaron el terreno a la oposición, que entendió perfectamente la oportunidad porque leyó bien al electorado.

El "establishment" no entendió su aislamiento e insularidad: como dice George Friedman, "la élite no tenía ni la menor idea de lo que estaba ocurriendo más allá de su círculo de conocidos", lo que delata el verdadero problema que divide a nuestras sociedades.

En todos los países hay personas enojadas con el statu quo, resentidos por el choque de expectativas con la realidad cotidiana, el desempleo o subempleo y la percepción de estarse quedando atrás.

Hoy, unos cuantos merolicos que sí los entienden cambiaron todo: personajes capaces de articular esas emociones y sentimientos y convertirlos en una fuerza política.

Su fuerza, como probó el voto contrario a la UE y como han mostrado hasta ahora los seguidores de Trump, radica en la voz que estos personajes les dieron hasta convertirlos en ganadores.

Los agravios son perfectamente comprensibles en términos racionales; su manipulación requirió una capacidad de movilización de emociones y sentimientos. Es ahí donde radica el triunfo de estos nuevos populistas: las razones dejaron de ser relevantes.

¿Hay algo que podamos aprender de esto los mexicanos? Dos cosas me parecen claras: primero, si hay agraviados en Inglaterra, España y Estados Unidos, en México hay muchos más y con mejores razones.

Quien logre capturar su atención -y sus miedos, enojos y frustraciones- puede fácilmente crear un movimiento político imparable.

Por otro lado, hay un sinnúmero de esfuerzos y acciones que encabezan el Gobierno, empresarios y diversos grupos de la sociedad que no hacen sino atizar esos fuegos.

Puesto en términos llanos, la fuerza de López Obrador no sólo radica en su propia e innegable habilidad, sino también en toda la información, acciones y evidencia del más diverso tipo que estos actores ponen en la vía pública todos los días.

Cada que el Gobierno presume sus logros y que el ciudadano no encuentra modo de identificarse con ello, se alimenta el enojo; cada que alguien publica evidencia creíble de corrupción (igual una fotografía que un estudio analítico), se atizan las emociones y se fortalece quien la denuncia día a día; cada que se hacen evidentes las enormes diferencias de riqueza -y las actitudes que las acompañan (como los casos de "lores" y "ladies")-, los resentimientos crecen.

Atizar emociones y agravios no hace sino fortalecer a quien sabe cómo manipularlos.

El País requiere nuevos referentes emotivos y racionales para transformarse. Los existentes -de todos los actores- no sirven y por eso el "mal humor social". Urge un liderazgo capaz de construir un futuro positivo, susceptible de ganar el favor del electorado.

La revista Economist resumió el momento como nadie: cuando "lo impensable se convierte en irreversible".

La gran pregunta es si en México lo entenderemos o, más bien, quién lo entenderá.

 

Luis Rubio

www.cidac.org

 

 


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