domingo, marzo 20, 2016

 

La desigualdad no es el problema

En el mundo actual no hay asunto más divisivo y politizado que la desigualdad. La desigualdad ha provisto interminable gasolina retórica a políticos y activistas, convertido a Piketty en una celebridad internacional y desatado innumerables movimientos de "ocupación" en el mundo. Lo que no es obvio es que el énfasis en la desigualdad resuelva el problema.

 

Nadie puede disputar el hecho de que hay desigualdad, pero el problema de esencia es la pobreza, no la desigualdad.

 

"Los pobres sufren porque no tienen lo necesario", dice Harry Frankfurt, "no porque otros tengan más y algunos demasiado". ¿Por qué entonces no preocuparnos más por los pobres que por los ricos?

 

William Watson argumenta en "The Inequality Trap" que enfocarse en la desigualdad constituye un error, pero sobre todo una trampa: un error porque la desigualdad es la consecuencia de recompensar la creación de riqueza, la innovación, el ahorro y la creatividad. Pero es una trampa porque nos lleva a obsesionarnos con la cima de la distribución del ingreso en lugar de fijarnos en quienes se encuentran en el fondo de la pirámide. En otras palabras, combatir la desigualdad -y por lo tanto el capitalismo- llevaría a un empobrecimiento generalizado sin jamás disminuir la desigualdad.

 

La desigualdad es un efecto del sistema económico que premia y recompensa la creatividad y la innovación, inevitablemente generando diferencias de ingreso en el proceso. El problema en países como México es que hay otros elementos que impactan el resultado y que nos diferencian de sociedades que, aunque con altos niveles de desigualdad, no tienen pobreza.

 

Por ejemplo, el uso político del sistema educativo (creado menos para enseñar que para controlar a la población) ha tenido la consecuencia de sesgar el resultado, creando una población mayoritaria con poca capacidad de desarrollarse en la economía moderna y una minoría que cuenta con infinitas posibilidades de asir oportunidades.

 

Lo mismo se puede decir de las concesiones gubernamentales que favorecen la concentración sobre la competencia o los sistemas de permisos (como los de importación), que son fuente interminable de corrupción.

 

Si a eso se agrega una total impunidad, los ingredientes de la pobreza y desigualdad acaban siendo incontenibles.

 

Si uno sólo quiere ver la desigualdad y se atora ahí, la solución se torna evidente. Igual que con el proverbial ejemplo del señor que por tener un martillo en la mano cree que todo lo que hay que hacer es meter clavos en la pared, quienes se obsesionan con la desigualdad realmente tienen una agenda más profunda y relevante, que es la de minar el capitalismo y acumular más fondos para uso de la burocracia.

 

En la discusión sobre la desigualdad lo crucial es definir si se está hablando de un problema o de un instrumento. La desigualdad como instrumento retórico es sumamente útil para impulsar carreras políticas, pero no conduce a una solución del problema, e incluso podría hacerla más difícil; la desigualdad como objetivo de la acción social y gubernamental obliga a definir prioridades que deben ser atendidas por la política pública.

 

La desigualdad, sobre todo tan acusada como la que existe en México, tiene un origen complejo y no puede resolverse meramente con política fiscal. De hecho, la noción de elevar impuestos a unos para redistribuirlos a otros siempre ha tenido el resultado de disminuir el crecimiento (porque desincentiva la inversión) sin beneficiar a los más pobres.

 

Atacar la pobreza es el gran reto del País y no hay muchas formas de hacerlo. La más obvia es logrando altas tasas de crecimiento económico en un contexto de mucha mayor competencia a la que estamos acostumbrados, en adición a un viraje radical en políticas públicas que son clave para los pobres, particularmente la educación.

 

Para que esto se logre tenemos que avanzar en una dirección casi opuesta a la que ha caracterizado al País: tenemos que liberalizar más, hacer competitivo al sistema impositivo, crear condiciones que hagan atractiva la inversión productiva (comenzando por la ausencia de instituciones que contengan al poder político) y eliminar los sesgos que favorecen a ciertas personas, burocracias, empresas y grupos sobre otros.

 

Una receta como ésta podría preservar la desigualdad, pero tendría el efecto de disminuir drásticamente la pobreza no con dádivas, sino con oportunidades de empleo productivo.

 

Por supuesto, es más fácil vender la desigualdad como proyecto político, pero eso no resuelve nada.

 

Luis Rubio

www.cidac.org  

 

Leer más: http://www.elnorte.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=84595#ixzz43Scd39kM  

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martes, marzo 08, 2016

 

Diocleciano, Venezuela, Profeco

Borges publicó en 1935 una célebre Historia Universal de la Infamia. En un compendio similar de la infamia económica tendría que incluirse el nombre del emperador romano Diocleciano. Diocleciano no fue el primer gobernante en defraudar al pueblo reduciendo el contenido de metal de las monedas que acuñaba, pero ha sido probablemente el más notorio de ellos. [Al parecer fue el emperador Nerón (64 D.C.) quien empezó a corromper el denario. A lo largo de 200 años, afirma un cronista, el contenido de plata del denario bajó de 100 por ciento ¡a prácticamente nada!].

 

La secuela de actos de su Gobierno que llevó al desastre económico es (sin burla) clásica: por razones militares y políticas, Diocleciano aumentó primero enormemente el gasto público en soldados y burócratas; al presionar en consecuencia las finanzas del imperio, se abocó a poner en práctica una reforma tributaria diversa y onerosa. Como eso no fue suficiente, echó mano de un recurso probado por sus antecesores: utilizar una cantidad dada de oro y plata para producir un mayor número de monedas. El aumento de la circulación de la cantidad de dinero devaluado se tradujo, sin remedio, en inflación. Diocleciano atribuyó el fenómeno, por supuesto, a la avaricia de los comerciantes y de los especuladores. Para combatirlo, promulgó un Edicto sobre Precios Máximos, que abarcaba más de mil bienes de consumo. El Edicto incluía penas para los transgresores.

 

Como era de esperarse, el Edicto no logró el propósito de frenar los precios, pero propició la corrupción, el desabasto, el surgimiento de mercados negros y los conflictos entre los ciudadanos y la burocracia. Frente a tales resultados, los historiadores dicen que dejó de aplicarse un año después de su publicación. El episodio ocurrió allá por los años 300 D.C. (Por cierto, otro motivo de notoriedad de Diocleciano fue su cruenta persecución de los cristianos, también inútil, a la postre).

 

La excursión histórica anterior viene a cuento porque hace una semana me referí, en este mismo espacio, a los problemas económicos actuales de Venezuela. Uno de los males del infortunado país es la inflación, causada a fin de cuentas por el desorden fiscal y monetario, y agravada en la práctica por la imposición de absurdos controles de precios. Mi comentario no le gustó al menos a uno de mis lectores. Así pues, el propósito de los párrafos previos es mostrar que, en materia de tonterías económicas "no hay nada nuevo bajo el sol", para usar la frase del Eclesiastés. También es aplicable, desde luego, la gastada pero aleccionadora sentencia de Santayana: "aquellos que no aprenden del pasado, están condenados a repetirlo". En todo caso, según el Fondo Monetario Internacional, la inflación alcanzó 275 por ciento en el 2015 y quizás excederá 700 por ciento este año -un récord mundial-.

 

Todavía en el ámbito de la evolución de los precios y de las políticas públicas al respecto, guardando las debidas proporciones, resulta que el día 1 de marzo cambió el mando de la Profeco. Su nuevo titular, Ernesto Nemer, expresó su intención de "convertir a la Profeco en el verdadero aliado de los compradores mexicanos". Leída a la letra, la frase es reveladora, sobre todo el verbo "convertir" y el adjetivo "verdadero". Nemer sustituye en el cargo a Lorena Martínez, quien renunció el pasado mes de diciembre, para explorar los prados más verdes de una candidatura al Gobierno de Aguascalientes.

 

En mi opinión, en varios casos recientes, la actuación de la Profeco había sido poco estelar, por no decir que claramente regresiva. Específicamente, en cuanto a cierto producto, la dependencia utilizó el viejo e inútil recurso de cerrar establecimientos e imponer multas. Una vuelta nostálgica a los deplorables años 70. No dudo que la Profeco haya detectado algunos incrementos que le parecieron "injustificados", pero a menos que haya encontrado evidencia de colusiones u otro tipo de prácticas anticompetitivas, las medidas adoptadas no fueron las apropiadas.

 

El "verdadero aliado de los compradores mexicanos" es un mercado realísticamente libre. Y el verdadero remedio contra la inflación es una política monetaria ortodoxa, puesta en práctica por una institución alejada en lo posible de la influencia política.

 

Everardo Elizondo

El autor es profesor de economía en la EGADE, Business School, ITESM.

 

Leer más: http://www.negocioselnorte.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?Id=83662#ixzz42KSEOJ34  

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domingo, marzo 06, 2016

 

AMLO-Trump: entre populistas nos veamos

Es algo freudiano que tienen en común los populistas: hacer lo mismo que ya se hizo y se sabe que da malos resultados. Freud le llamó a ese fenómeno “compulsión a la repetición”. En los pacientes es una enfermedad, pero entre los políticos es hipocresía.

 

Y el populismo une a AMLO y a Donald Trump: carecen de ideología, son irresponsables y mesiánicos. Creen que pueden resolver todos los problemas, porque la culpa siempre es de los otros, por “estúpidos” o “corruptos”.

 

AMLO es también acomodaticio: cuando el gobierno mexicano decidió enfrentar como política de Estado las declaraciones antimexicanas de Trump, él plantea una alianza con éste si ambos llegan a ser presidentes.

 

“Si gana Trump, firmamos un acuerdo para vender en Estados Unidos todo el jugo de naranja de Tamaulipas y así rescatamos el campo; habría empleos y no la violencia que se padece actualmente y que a todos perjudica”, dijo AMLO antier.

 

¿Vendiendo jugo de naranja se puede rescatar al agro mexicano? AMLO no tiene idea, pero lo dice a tiempo y sonriente porque no le concede valor alguno a la palabra. Eso sin contar que ante la debacle del precio del petróleo es el campo el que ha sacado a flote a la economía nacional.

 

El campo mexicano es el primer productor mundial de aguacate (un millón 100 mil toneladas anuales), de café orgánico, de papaya (120 mil toneladas); el primero de limas y limones (32.3 por ciento del mercado mundial) y de nuez. Y este año abrió el mercado para 22 nuevos productos en 14 países.

 

Pero AMLO, como todo demagogo según Mencken, está convencido de que habla para idiotas: “El demagogo es quien predica doctrinas que sabe que son falsas a personas que sabe que son idiotas”. Por eso supone que puede decir que salvará al país con jugo de naranja: sabe que le van a creer.

 

Y por eso ordenó a Morena alinearse con Trump. Ayer su coordinador en la ALDF, César Cravioto, criticó las condenas a Trump por parte de los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón. “Fox y Calderón son corruptos. Con Trump buscaremos acuerdos”.

 

Si con alguien puede hacer acuerdos AMLO es justo con Trump: son iguales. Trump no asistió a un reciente debate del Partido Republicano, actitud similar a la de AMLO en su campaña de 2006. Y cuando perdió la primaria de Carolina del Sur acusó “fraude”. Lo mismo que AMLO en 2006 y 2012.

 

El jueves Marco Rubio dijo que si Trump no hubiera heredado 200 millones de dólares estaría vendiendo relojes en Manhattan.

 

Y si AMLO no se hubiera hecho dueño del PRD y de Morena estaría…

 

En un buró de cualquier dependencia trabajando para el PRI.

 

Rubén Cortés

ruben.cortes@razon.com.mx

Twitter: @ruben_cortes


jueves, marzo 03, 2016

 

Para entender a Trump (quizá)... Y también al peje...

Hace 20 años, Michelangelo Bovero publicó en la revista Este País un erudito, juguetón y provocador artículo al que tituló "Kakistocracia: la pésima república" (abril de 1996). Recordaba que Polibio (más o menos 150 años antes de Cristo) había postulado que las formas políticas se transformaban en su contrario y que el ciclo parecía responder a una ley de hierro, inescapable. Escribía Bovero resumiendo a Polibio: "cuando la monarquía real, primera forma buena en la que ha evolucionado el originario poder natural del más fuerte, se corrompe y se transforma en tiranía, ésta es sustituida por la aristocracia, el gobierno de los mejores que liberaron la ciudad del tirano; a su vez corrompiéndose, la aristocracia cambia en oligarquía, el gobierno de pocos ricos, ávidos y acaparadores, contra lo cual el pueblo instituye la democracia, en su forma buena de gobierno de las leyes; pero ésta degenerando en la ilegalidad se transforma en oclocracia, el gobierno brutal de la plebe, de la muchedumbre, que al final 'reencuentra un amo y un monarca'". Tratando de diseñar un remedio a dicha espiral que a primera vista parecía insalvable, Polibio, apoyándose en Licurgo, buscó conjugar los valores -la cara virtuosa- de las tres formas simples de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia) y dar paso a un régimen mixto que produjera paz, armonía, estabilidad.

 

Sin embargo, el ejercicio que hacía Bovero, preocupado por lo que veía en la Italia de Berlusconi, era el inverso. Pensar en que a lo mejor lo que se estaba viviendo era no la conjunción de las virtudes de las formas de gobierno sino la mixtura de la cara degenerada de las mismas: tiranía, oligarquía y oclocracia.

 

Tomaba a un personaje de Aristófanes de la comedia Los Caballeros llamado Agorácrito, para ilustrar el rostro siniestro de la democracia, el componente oclocrático. Se trataba de "un encantador plebeyo" llamado a ser "el salvador de la ciudad y de todos nosotros". Un hombre al que se le ha dicho que "para gobernar al pueblo no se requiere de alguien bien instruido, ni de buenas costumbres, ¡se requiere un ignorante, un desvergonzado!". Cuando éste duda y se pregunta "¿Cómo pudiera yo ser capaz de gobernar a mi pueblo?", su empleado le responde: "Es muy simple: lo que antes has hecho sigue haciéndolo. Alborota...revuelve todos los asuntos públicos. Cautiva siempre al pueblo: gánatelo con palabras bien cocinadas; tienes todo lo que se necesita para ser un demagogo: voz obscena, orígenes oscuros, vulgaridad. Posees lo que se pide para gobernar".

 

"Respecto a la figura del oligarca -escribía Bovero-, segunda componente de nuestra rníxis perversa", rescataba el octavo libro de La República de Platón, en el cual aparece "el rico que en cuanto tal adquirió poder político". "El argumento con el que se autolegitima el oligarca es muy simple: 'los que poseen las riquezas son también estupendos para gobernar' (Tucídides)". Y citando a Teofrasto (Caracteres) apuntaba: "el carácter oligárquico consiste en una avidez de dominio que se inclina siempre al poder y a la ganancia". "En Platón es la decadencia de los principios de la virtud y del honor lo que abre las puertas al régimen oligárquico y fabrica hombres que 'aspiran a las fortunas, ensalzan al rico, lo admiran y lo elevan a las magistraturas'". Y no es de extrañar que dado que los pobres y los ricos viven en el mismo lugar (juntos pero no revueltos), "el pueblo se vuelve coautor de la oligarquía" (Isócrates).

 

El tercer elemento del retorcido coctel es el tirano. Y para ilustrarlo, Bovero acudió a la breve semblanza que Tácito efectúa de Elios Seiano en los Anales: "Soportaba las fatigas, era de ánimo audaz; hábil en esconder sus cosas, en cubrirse a sí mismo, en disimular; está presto para erigirse en acusador de los demás, conjuntaba la adulación (para con César) y la arrogancia...Dentro de sí mismo cobijaba un inmenso deseo de conquista".

 

Si el intento de Polibio era el de conjuntar elementos de tres regímenes políticos distintos "para sustraer a la ciudad del destino natural de la degeneración y de la decadencia"; Bovero jugaba con la idea de que la figura del nuevo déspota se alimentaba de los "insumos" funestos de esas mismas formas de gobierno: "al mismo tiempo amo y señor, autoritario y carente de leyes y frenos" (tirano, oligarca y demagogo). La candidatura de Donald Trump, que empezó siendo o pareciendo un mal chiste, hoy es algo más que un síntoma preocupante, es una realidad en marcha y con apoyo sustantivo.

 

José Woldenberg

 

Leer más: http://www.reforma.com/aplicacioneslibre/editoriales/editorial.aspx?id=83342&md5=58a811fb9ab7e1859de1257812d44018&ta=0dfdbac11765226904c16cb9ad1b2efe#ixzz41t1PzQ6V  

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