sábado, octubre 21, 2006

 

La puntilla

 
Los números no mienten. El PRD sufrió un serio descalabro en Tabasco. Los 507 mil sufragios que obtuvo Andrés Manuel el 2 de julio se transformaron en 342 mil el pasado 15 de octubre. La votación se redujo en 165 mil votos, 34 por ciento menos. El PRI en cambio incrementó su votación en 80 mil votos, 23 por ciento más que en la elección presidencial. El golpe es directo y a la cabeza, pero no del candidato Ojeda Zubieta, sino de Andrés Manuel.

La popularidad de AMLO en su tierra es de larga data y creció con su candidatura a la Presidencia. De haberla ganado, el efecto en Tabasco hubiese sido devastador. Ojeda se habría impuesto sobre Grarnier con una enorme ventaja. Lo inverso, sin embargo, no es cierto. La derrota del 2 de julio no se tradujo en una pérdida de popularidad de AMLO, ni en el DF ni en Tabasco. Lo que mermó su fuerza fueron las acciones de resistencia civil. La toma de Reforma y el Zócalo, amén de las descalificaciones de todas las autoridades, tuvieron un costo enorme.

Los electores flotantes se alejaron desconcertados o aterrados. Y así el ciclo se cerró inexorablemente. Lo que empezó como una derrota por unas décimas de punto está terminando como un gran naufragio. En tres meses y medio, AMLO liquidó el capital que había acumulado a lo largo de dos décadas.

¿Entiende AMLO lo que está ocurriendo? Difícil saberlo. Sus reacciones van en sentido contrario. Presa de sus delirios y obsesiones se revela incapaz de confrontar la realidad. Su mundo está poblado de enemigos y últimamente de traidores. Sin embargo, el silencio después de la derrota en Tabasco son sintomáticos. Es posible que la duda y la ansiedad se empiecen a apoderar de su espíritu.

Pero más allá de sus tribulaciones personales, lo cierto es que AMLO está ahora frente a un predicamento mayor. ¿Qué hacer el 20 de noviembre? Si opta por mantenerse en sus trece, los costos serán aún más grandes. El hecho de que el "magno evento" se celebre en el Zócalo acentuará el ridículo. Basta imaginar lo que pasará con sus mítines en las plazas del centro y el norte del País. Andrés Manuel se ha vuelto ya una parodia de sí mismo.

Sin embargo, una rectificación se antoja casi imposible. AMLO, como mucho se ha dicho, no tiene las categorías mentales para procesar la derrota. Pero además, él no se ve ni se asume como el líder de un partido en un contexto institucional. Lo suyo son los movimientos sociales y las marchas de protesta. Entrar en la lógica partidista implica negociar y ceder. Y eso es justamente lo que no está dispuesto a hacer, en particular con las corrientes moderadas del perredismo.

De hecho, su biografía puede leerse como un largo proceso de emancipación. Desde que fue presidente del PRI en Tabasco en 1983 hasta que tomó posesión como jefe de Gobierno del DF el 5 de diciembre de 2000, Andrés Manuel lidió y negoció con las corrientes del PRD pero, sobre todo, con la tutela del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Ya en el poder se quitó la máscara y la emprendió contra su mentor y posteriormente secuestró al partido y sometió a sus corrientes.

La prospectiva sirve para entender el presente. El destino del PRD y del PRI bajo la presidencia de AMLO hubiera sido el mismo: la desaparición para sentar las bases de una nueva organización. Un partido-movimiento sometido incondicionalmente al Jefe absoluto. Ése era el sueño de Andrés Manuel. Su estrategia y sus intereses siempre chocaron con las corrientes más fuertes del PRD. Por eso no se ocupó de ellas, sino las sometió con un argumento muy poderoso: soy el único que puede conquistar la Presidencia.

¿Cómo esperar, entonces, que Andrés Manuel regrese sobre sus pasos y se siente a la mesa como primero entre iguales? Es prácticamente imposible. Va contra su naturaleza y sus intereses. Él sabe que la entrada de los perredistas en la lógica de una oposición institucional lo debilita. Es más, cualquier forma de diálogo parlamentario le parece una forma de complicidad vergonzosa. Pero sobre todo de traición, porque, desde su perspectiva, la solución total, radical y efectiva de los problemas de México pasa por un solo camino: su llegada a la Presidencia.

La cuestión es que del otro lado también se cuecen habas. Los movimientos y las disidencias en el interior del PRD ya empezaron. La corriente Nueva Izquierda hizo una serie de señalamientos críticos sobre la marginación de la estructura partidaria y el fracaso de las redes ciudadanas en la elección del 2 de julio. Pero es apenas la punta del iceberg. En el fondo está la disputa por el control del partido. Jesús Ortega, líder de Nueva Izquierda, se perfila como el candidato que enfrentará a los amlistas encabezados por Alejandro Encinas.

Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió en los últimos años, los planetas, casi todos los planetas, se están alineando en contra de AMLO. El primero de ellos, el mayor, se llama Cuauhtémoc Cárdenas. Pero en la lista hay que incluir a Amalia García, a Lázaro Cárdenas y a Zeferino Torreblanca. Amén de un gran número de diputados y senadores. La percepción de todos ellos converge en un punto: si el PRD sigue la línea trazada por López Obrador naufragará de manera estrepitosa y se hundirá en la elección intermedia.

El momento de las definiciones ya llegó. No hay grises ni medias tintas. Los perredistas deben elegir entre el despejadero o el partido. López ya no tiene nada que ofrecer como no sea una pequeña y ridícula kermés. Las horas del Rey de Cacahuate están contadas. Todo conjura contra él. Ésta no es la hora de los hornos, es el ocaso de su Alteza Serenísima. La soledad será infinita y las traiciones se multiplicarán.
 
Jaime Sánchez Susarrey, El Norte, 21 de octubre 2006


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